Conferencia 4. El hastío del mundo
Saludos en el nombre de Dios. Les traigo las bendiciones de Dios.
Mis queridos amigos, ya que algunos de ustedes están cavilando sobre el tema del hastío del mundo —un anhelo, o melancolía, o tristeza indefinible que en ocasiones se apodera de ustedes— me gustaría escoger este tema para la conferencia de hoy.
Este sentimiento nace de varias raíces; por lo tanto, existe una diversidad de causas posibles del hastío del mundo. Desde luego, el anhelo de Dios y de la perfección desempeña un papel aquí también, conscientemente o no, así como la nostalgia del verdadero hogar espiritual que reside en todos los seres humanos. Aquí en la Tierra son ustedes sólo visitantes; éste no es su verdadero hogar. Pero esa no es nunca la razón fundamental de esta ansia indefinible. Su trasfondo es más complejo, y es de esto de lo deseo hablar hoy.
Cuando las personas se desvían en su alma de las leyes divinas en cualquier sentido —y cuanto más inconscientemente sucede esto, mayor es la desviación—, entonces un sentimiento vago de tristeza y nostalgia se apodera de ellas en ocasiones; es como si su Ser Superior respondiera y las alentara a intuir que algo no está del todo bien dentro de ellas. Por ejemplo, no saben cómo abrirse a amar en el verdadero sentido de la palabra; no pueden hacer surgir un sentimiento que es vital en la vida de un ser humano. En consecuencia, el amor no regresa a ellas de manera correcta y satisfactoria. Entonces, un sentimiento de hastío es la respuesta de su alma.
Las personas suelen pensar que son muy capaces de amar —y eso puede ser incluso cierto— pero esta capacidad no se encauza en el canal correcto porque las distorsiones del alma lo evitan. Las distorsiones pueden ser de muchas variedades, como el temor de que el propio ego sea demasiado evidente. Uno puede ver con mucha frecuencia que los seres humanos en verdad anhelan el amor y hasta están dispuestos a dar amor, pero sólo con la condición de ser amados primero. Este “acuerdo seguro” no sólo cierra la puerta, sino que causa una distorsión en el alma que entonces puede provocar el sentimiento de hastío del mundo, ya que la persona seguirá estando sola. El miedo dentro de la persona dice: “Si doy primero, sin estar seguro, mi orgullo podría quedar lastimado, me podrían herir, el otro podría causarme dolor”.
El temor a la decepción es un síntoma de hipersensibilidad, y la hipersensibilidad es síntoma de un falso sentido de importancia personal. Todo este proceso interno gira alrededor del ego, y eso necesariamente obstruye el flujo del amor genuino, pues tiene una dirección contraria. La obstrucción va contra la ley divina y, por lo tanto, el alma sufre. En el momento en que ustedes reajustan el “interruptor interno” para no tomar tan en serio el temor de lo que pudiera ocurrirle a su propio ser, en ese momento pueden dar su amor libremente. Entonces su amor es impecable y auténtico, porque entonces el “tú”, con todo lo que ustedes echan de menos y ansían, se volverá más importante que el “yo” con su vanidad y su orgullo. Entonces el sentimiento de insatisfacción, de anhelo vago, desaparecerá, pues están cumpliendo ustedes con una función vital de la naturaleza humana y están por ello en armonía con Dios y con su propio Ser Superior, por lo menos a este respecto.
No me malinterpreten. No quiero dar a entender que una persona con este particular concepto erróneo sea necesariamente egoísta. Puede ser incluso menos egoísta que otra que ya encontró la llave a este problema. Uno debe distinguir entre egoísmo y egocentrismo. Ambos están mal, pero su efecto no siempre es el mismo. Ni siquiera quiero dar a entender que esa persona pueda ser mezquina y poco inclinada a dar. Es sólo que, en la ignorancia, los sentimientos genuinos se encauzan en una dirección falsa a través del Ser Inferior enfermo.
Ni siquiera es que los individuos que encajan en esta descripción no puedan amar en absoluto. Puede haber unas cuantas personas alrededor de ellos a quienes revelan todo su amor. Sin embargo, no podrán evitar la sensación vaga de hastío. Y es así porque, si la energía de sus sentimientos se canalizara de manera correcta, incluso con respecto a esas cuantas personas amadas, su amor no se concentraría sólo en un pequeño número de individuos, sino que se extendería a cualquier persona de su entorno que pudiera provocar sentimientos positivos. Entonces abrirían los brazos a otros con un amor plenamente comprometido, sin temor de correr riesgos, incluso hasta el grado de dar la misma importancia a los sentimientos de la otra persona que a los propios.
Todo esto no puede darse por sentado, amigos míos, pues no importa cuánto estén de acuerdo con lo anterior intelectualmente y en principio, los sentimientos se quedan rezagados, salvo en casos muy raros. Naturalmente, su amor sería diferente hacia cada individuo, porque ustedes, los seres humanos, ven como algo natural que se ame a algunos congéneres más que a otros; y mientras su estado de desarrollo los siga manteniendo en el ciclo de la reencarnación, no esperamos que crean lo contrario. También saben por experiencia que su amor por su madre es distinto de su amor por su pareja, que su amor por su hermana o hermano es diferente de su amor por su hijo, que su amor por su padre es distinto de su amor por un amigo, y que incluso difiere de un amigo a otro. Hay muchas variedades de corrientes amorosas, y todas tienen sustancia y forma en el espíritu. Sus colores, matices, sonidos y fragancias son de una gran diversidad. Y si tan sólo las tendencias enfermas del ego no fueran un impedimento, la capacidad humana de amar sería lo suficientemente grande para producir todas las diversas corrientes de energía
Cuando aman mucho a alguien, suelen tener el sentimiento vago de que entonces deben de estarle quitando amor a otra persona a quien tal vez quisieran amar aún más, y experimentan el mismo sentimiento cuando se trata del amor de otra persona por ustedes; parecería que una persona tiene que privarse de amor en favor de otra pues el amor es compartido. Empero, el amor sano es indivisible; jamás disminuye. Cuanto más amor generan, más se multiplica éste. Tampoco aquí quiero que me malinterpreten. No me refiero a la sexualidad y el eros. Esto concuerda con la ley eterna, y tienen que encontrar la verdad dentro de ustedes mismos. Así ocurre con Dios, quien ama a sus innumerables hijos, quien siempre ama más, nunca menos.
¿Cómo se puede amar genuina y sanamente? No es obligándose a amar; eso no funciona. El amor sano y genuino se alcanza indirectamente, empezando por ustedes mismos, es decir, mediante un autoexamen concienzudo, sin engañarse. Encuentren el alcance de su ego, su hipersensibilidad, su vanidad, su orgullo, y el papel que éstos juegan. Quien ha entendido esto ha dado el primer paso para alcanzar el amor verdadero y genuino, y, por lo tanto, para disipar los sentimientos de añoranza, tristeza, nostalgia o como deseen llamarle. Sólo ustedes pueden ver dentro de su alma, y si descubren que no todo está bien en su interior, entonces sabrán también que su alma necesita sanarse en este sentido.
Cuando las personas concentran todo su amor en una sola persona, y lo hacen de manera equivocada porque su alma no es saludable en esta área, entonces el amor por esta sola persona los debilitará. Quizás tengan tanto miedo de perder el amor del otro que no pueden ser fieles a su propio ser, y así de hecho se humillarán y serán humillados por el otro. Sucederá de una manera malsana, por debilidad y miedo, y no a partir de la fuerza. En realidad, algunas personas creen que la autodegradación es síntoma de un gran amor, de un amor real; sin embargo, se engañan. Otras tienen tanto miedo precisamente de eso —de ser humilladas— que se apartan por completo de los sentimientos demasiado fuertes.
Cuando aman de una manera sana y genuina, jamás comprometen su dignidad. Bien podrían tener que dejar de insistir en preservar su dignidad a toda costa, pero precisamente porque renuncian a insistir en su dignidad pueden obtener aquello a lo que estaban dispuestos a renunciar. Esta es la ley espiritual inmutable. Distinguirán claramente en su alma que tienen que renunciar a su orgullo, a la importancia de su ego, pero no tienen que renunciar a ser fieles a sí mismos. Puede ser difícil entender esto al principio, pero mediten en ello y percibirán la diferencia. Quienes pueden amar de manera genuina sin temer que su pequeño orgullo pueda salir lastimado o que puedan toparse con algunas desventajas, nunca serán “maltratados”, con la condición de que se cuiden de traicionar su propia integridad por el miedo de perder el amor de sus amados. Podrán decepcionarse, pero nunca serán excesivamente humillados. El amor real jamás los hará perder su dignidad; siempre podrán darse a valer. La dignidad sana les traerá respeto y no humillación ni explotación. El amor sano les abrirá los ojos en vez de volverlos ciegos; los hará fuertes en vez de débiles, y siempre fieles a sí mismos, precisamente porque al renunciar a su ego pequeño ya no darán tanta importancia a la satisfacción de sus propios deseos. El amor genuino es sano, y como tal no exhibe tendencias masoquistas ni sádicas; no será egocéntrico ni violará su personalidad. Quiero que observen que siempre hay dos corrientes opuestas. Piensen en ello, queridos míos.
El miedo —más o menos oculto en el alma humana— es un obstáculo importante para alcanzar el amor real; y el miedo puede estar presente sólo cuando ustedes se aman demasiado a sí mismos en algún aspecto, cuando se toman demasiado en serio, cuando se preocupan excesivamente por su propio bienestar, cuando se aferran a ustedes mismos en vez de dejarse fluir y rendirse de manera sana. Aquellos que se dan demasiada importancia necesariamente temen; los que no se dan demasiada importancia no tienen que temer que algo malo les ocurra si se permiten amar. El miedo tapa los ojos con un velo espeso, de manera que se vuelven ciegos. No pueden verse ni a sí mismos ni a otros. El amor genuino no es ciego, pues sólo puede provenir de un alma valiente. Tendrá la fuerza para reaccionar más o menos de manera correcta, en tanto que el tipo incorrecto de amor es débil y debilitante, y por lo tanto los hará reaccionar de manera equivocada. Como dije, el amor real crea una dignidad natural muy diferente de la dignidad falsa, que se basa en el orgullo y la vanidad. Estas corrientes equivocadas del alma producen entonces señales de advertencia en forma de sentimientos de hastío del mundo.
Otra manifestación de hastío del mundo puede encontrarse en una actitud de retraimiento, en la que una persona se retira a un mundo solitario creado por ella misma. De nuevo, hace esto por el temor de renunciar a su pequeño ser, o de correr riesgos, o por extremo egocentrismo. Este retraimiento a un mundo creado por ella misma puede rendirle ciertas ventajas momentáneas pues la libera de sus responabilidades hacia los demás, permiténdole vivir una vida dedicada exclusiva e inflexiblemente a sus preferencias personales. Sin embargo, paga un precio más alto del que se imagina inicialmente. Actúa en contra de la ley espiritual y, como resultado, su Ser Superior se hace sentir provocándole la sensación de hastío del mundo. Así, de vez en cuando experimentará una gran insatisfacción con la vida y se sentirá sola, aislada y abandonada.
Todos los seres humanos se esfuerzan, en lo más profundo de su alma, por dar, por cumplir y hasta por sacrificar. Sin embargo, cuando las partes ciegas, enfermas o inmaduras del alma se resisten a este esfuerzo, surgen dos corrientes opuestas que tienden a cancelarse entre sí.
Una parte del alma quiere dar amor, y, por lo tanto, también recibir amor. Todo lo que ustedes dan les regresa como una ola en un ciclo eternamente pulsante. Desde luego, tienen que iniciar el ciclo dando primero y no esperando a que el otro empiece por darles a ustedes. Esta parte del alma desea realizarse, quiere rendir el ego, sacrificarse, y procurará regirse por las leyes espirituales con todas sus fuerzas, con todas y cada una de las corrientes del sentimiento. Quiere olvidarse de sí misma y no tomar tan en serio su vanidad, su orgullo y las ventajas personales. Esta corriente emocional procede del Ser Superior, que sabe dónde pueden encontrarse la plenitud, la felicidad, la armonía y la perfección verdaderas. Esta corriente existe hasta en las almas menos desarrolladas, pero en ellas fluye bajo tierra, por decirlo así, y sólo sale a la superficie en raras ocasiones durante una vida.
La otra parte de la personalidad desea comodidad, facilidad, y no renunciará a nada. De vez en cuando ve la luz de la felicidad, pero prefiere existir en un mundo gris y solitario que, a la parte ciega del alma, le parece no encerrar riesgos.
Es imposible hacer justicia a ambas corrientes al mismo tiempo, ya que buscan metas completamente opuestas. Las corrientes cruzadas dan lugar entonces a muchos otros conflictos que se extienden mucho más allá de lo que ustedes notan de manera inmediata. Cuando ya no pueden tolerar el peso de los conflictos que son en realidad los síntomas de la escisión profunda que existe en ustedes, acuden a un psiquiatra para darse cuenta, con el tiempo, de estas corrientes opuestas del alma. Sólo cuando saben de su existencia pueden tomar la decisión interna de seguir claramente una u otra corriente —ya que no pueden seguir las dos al mismo tiempo—, con pleno conocimiento de aquello a lo que deben renunciar y lo que pueden ganar cuando se deciden por una de ellas. En este caso tienen por lo menos el conocimiento intelectual para decirse: “Si voy en esta dirección, no puedo tomar al mismo tiempo el otro camino; por lo tanto debo elegir”.
Éste es un ejemplo de las decisiones internas de las que hablé anteriormente. Pueden tomar decisiones internas sólo cuando se han vuelto conscientes de las corrientes emocionales ocultas y pueden ubicar con exactitud dónde entran en los canales incorrectos de manera que se cancelan entre sí. Las corrientes cruzadas crean no sólo obstáculos psicológicos y espirituales, sino también manifestaciones físicas en el cuerpo: el cansancio, la debilidad e incluso la enfermedad pueden provenir de cortocircuitos emocionales. Cuanto más frecuentemente choquen las corrientes opuestas dentro del alma, más perderá la persona la fuerza que de otro modo se aprovecharía productivamente en un canal sano y, por ende, se renovaría todo el tiempo.
Las personas generalmente saben mucho más en su intelecto que en sus sentimientos, pero como los sentimientos malsanos no pueden adaptarse al pensamiento sano y consciente mientras están ocultos en el inconsciente, necesitan traerse a la conciencia. Muy aparte de las verdades espirituales y la legitimidad divina a la que están sujetos todos los humanos que desean vivir una vida sana y armoniosa, cualquier ser humano razonable sabe que no puede moverse simultáneamente en dos direcciones opuestas. Por lo tanto, es abolutamente necesario volver conscientes las contradicciones internas, aun si hay que vencer la resistencia.
Ustedes suelen llamar inmadura a una persona emocionalmente enferma, por lo menos en las áreas en las que el alma no es sana. En efecto, la inmadurez es una cualidad infantil, porque significa querer lo imposible, como un niño. Una persona inmadura no tiene suficiente raciocinio para reconocer que cada acción o inacción trae con ella las consecuencias correspondientes, que la persona madura puede distinguir y aceptar. Por lo tanto, esta última es capaz de renunciar libremente a lo imposible, mientras que las almas emocionalmente enfermas e inmaduras insistirían en tener las ventajas de las dos alternativas opuestas y ninguna de sus desventajas, insistirían en “predicar y andar en la procesión”. Cuando tienen que enfrentarse al hecho de que esto no es posible, aumenta su rebeldía interna y con ella sus conflictos, pues la rebeldía contra lo inalterable es, en sí, una corriente emocional enferma. Los conflictos internos pueden aumentar hasta el grado de que empiezan a reflejarse y manifestarse en la vida exterior de la persona.
Hay muchos tipos de corrientes cruzadas, no sólo los que mencioné. Los cortocircuitos, junto con otros síntomas, pueden causar una añoranza y una tristeza indefinidas, y cualquiera que se vea atormentado por sentimientos similares debería buscar en esta dirección. Naturalmente, no es tan fácil descubrir corrientes profundas y a menudo inconscientes, y necesitarán toda su fuerza de voluntad para vencer la resistencia. El anhelo de Dios y de su verdadero hogar espiritual no explica por completo los sentimientos de hastío del mundo. El anhelo insatisfecho sí es de Dios, pero en un sentido diferente del que comúnmente suponen. Sólo cuando el ser humano vive en perfecta armonía con las leyes de Dios puede apaciguar el anhelo de Dios. Cuando se acercan a Dios de esta manera y quitan todos los obstáculos que les impiden vivir en armonía con Él, pueden satisfacer su anhelo de Dios ya en esta vida en la Tierra. Los que realizan completamente, hasta el máximo de su capacidad, de acuerdo con el plan de Dios, su vida terrenal, su tarea individual, que corresponde a su estado de desarrollo, se verán libres de cualquier tipo de desarmonía interna. No habrá en ellos tormento, amargura, tensión, tristeza ni hastío del mundo.
Para regresar al tema de las decisiones internas, me gustaría explicar que cuando toman una decisión negativa con pleno conocimiento y aceptación de todas sus consecuencias y renuncias inherentes —no sólo racionalmente sino, a final de cuentas, también emocionalmente— están mejor que si insistieran al mismo tiempo en dos imposibilidades, deseando sólo las ventajas y no aceptando ninguna de las desventajas de las dos alternativas.
Por ejemplo, cuando deciden retraerse y vivir una vida solitaria porque no quieren dar amor, por ansiedad e hipersensibilidad, entonces también deben tener en cuenta internamente el hecho de que se quedarán solos y carecerán de amor. Entonces deben renunciar a ciertas alegrías y satisfacciones, no de mala gana, sino por completo. Hasta una decisión negativa, si existe la intención genuina de llevarla a cabo, está un paso más cerca de la salud que la indecisión interna y el deseo de tener dos cosas al mismo tiempo. De esta manera por lo menos se unificarán internamente y ya no estarán desgarrados por contradicciones internas. A fin de llegar siquiera a una decisión negativa, deben hacer un gran esfuerzo por confontarse con honestidad, traer el inconsciente al consciente, y comprometerse a pagar por lo menos un precio, aunque sea el de la alternativa incorrecta. Esta franqueza es buena para la salud del alma, aun cuando no sea la mejor elección posible.
Así, cuando las personas decidan aislarse externa o internamente de los demás —y muchas veces esto ocurre sólo en lo interno— entenderán en seguida lo que esta elección implica. El egoísmo, la ansiedad, la hipersensibilidad y el orgullo habrán prevalecido. Cuando, como consecuencia, la añoranza de amor, de plenitud, de luz, de hermandad y de fusión con otro ser humano los toque, confrontarán esta añoranza y se dirán: “Así lo escogí, conozco el precio, y prefiero pagarlo a renunciar a mi negatividad”. Esto ocurrirá precisamente por medio del trabajo interior que se necesita para tomar honestamente incluso una decisión negativa. De tal manera se permitirán llegar más tarde a la comprensión de que, después de todo, preferirían tomar la decisión verdadera, y de que valdría la pena renunciar a lo que al principio parecía tan difícil dejar de lado. La mayor parte de los trastornos se deben a no hacer ninguna elección y permitir que todas las corrientes emocionales se mezclen en el inconsciente, sin el esfuerzo de realmente conocerse. Semejante estado de indecisión agotará el alma, llevará a conflictos inevitables, de manera que no quedará energía tampoco para vivir la vida lo mejor posible en otras áreas, ya sea espirituales o materiales.
Las corrientes emocionales cruzadas o cortocircuitos no están presentes con la misma fuerza en todas las personas; hay muchas gradaciones. Por lo tanto, no es una cuestión de esto o lo otro. En algunos casos, las emociones opuestas surgen con igual fuerza y chocan con tal furia que las olas de sentimientos sumergen por completo a la persona, que ya no puede lidiar con la vida. Y desde cierto punto de vista es mucho mejor, porque la persona encontrará así el camino a una sanación libremente escogida mucho más pronto. Sin estas sacudidas, la mayoría de las personas, salvo las pocas que han alcanzado un estado muy elevado de desarrollo espiritual, no encontrarían el camino a la salud. Cuando el conflicto interno no es tan explícito y una corriente es más obvia que la otra, de todos modos experimentarán corrientes cruzadas, por lo menos de vez en cuando, que les minarán la fuerza y les impedirán unificar por completo las energías de su alma.
También hay otras causas de los sentimientos de hastío del mundo. Todos ellos provienen de algunas distorsiones del alma, pero no me voy a ocupar de eso ahora. Ya les di bastante, de modo que todo el que escuche o lea mis palabras tendrá suficiente material para buscar en su interior. Quien tenga estos anhelos debe saber que sus corrientes emocionales inconscientes no son completamente sanas y libres.
Deben ustedes atribuir suficiente importancia a su alma y a toda su personalidad para realmente descubrir lo que está oculto en su ser, solos de ser posible, y si no, con ayuda. Pero no pueden descubrir lo que está en ustedes si siguen insistiendo en atribuir tanta importancia a su dolor, a su vanidad y a sus temores. Sólo minimizando la importancia de éstos pueden encontrar la valentía para descubrir lo que está oculto, para deshacerse de sus fingimientos y para cambiar su realidad interna.
Quiero ahora tratar otra cosa, porque se relaciona con el tema de hoy. Se trata de la autocompasión, que a menudo refuerza los sentimientos de hastío del mundo. Les resulta muy agradable regodearse en sus aflicciones, y se convencen de que deben soportar el dolor que experimentan porque es su destino. Sin embargo, la verdad es que casi nunca es así; como he explicado, estas aflicciones provienen de corrientes distorsionadas del alma, que ustedes tienen el poder de corregir.
El gozo enfermizo del sufrimiento —ustedes lo llaman masoquismo— se debe a tendencias específicas. Por una parte, ustedes tienen problemas reales que no quieren confrontar; por la otra, encuentran en este dolor tan placentero una compensación a las privaciones de su experiencia de vida. Estas pueden tener razones kármicas, pero muy a menudo la valentía y la fuerza de voluntad podrían aliviarlas si tan sólo abrieran la puerta interna. Independientemente del peso de sus vidas pasadas, de lo que necesitan experimentar hoy en el nivel externo, ustedes pueden, si satisfacen las condiciones internas que les muestro una y otra vez, sanar su alma y poner sus sentimientos —no sólo sus pensamientos y acciones— en armonía con las leyes espirituales. Como resultado, su vida será emocionalmente rica, armónica y feliz, y los satisfará plenamente en cualquier etapa de su desarrollo en la que se encuentren.
Por último, pero no menos importante, consideren también esto: al rebelarse contra algo que no pueden cambiar, introducen la desarmonía en su vida. Por el contrario, nunca dañará a un alma aceptar un golpe inalterable del destino. Naturalmente, nadie necesita ni ciertamente debe alegrarse de aceptar ese peso; eso sería imposible. Pero uno puede resignarse a ello sin rebeldía ni amargura. La tristeza que proviene de soportar semejante dificultad ayudará, de alguna manera, a liberar el alma. Creo que todos ustedes han sentido esto en un momento u otro.
Siempre que se regodean en la autocompasión, están recordando inconscientemente una reacción anterior, cuando su dolor era proporcional a la gravedad de la situación. Al regodearse en la autocompasión tratan de reproducir este sentimiento recordado, pero en circunstancias que ya no son las mismas; cuando la dificultad era inevitable, su rendición era la respuesta correcta, pero ahora es distinto. Hoy pueden cambiar su actitud hacia su dolor. Debido a esta diferencia, el mismo sentimiento puede en un caso ser correcto y sano, y en otro ser enfermo. Tal vez puedan entender esto.
Mis palabras de esta noche no son fáciles de comprender y les pido que piensen en ellas cuidadosamente. Sean benditos, queridos míos.
Dictada el 22 de abril de 1957.