J N

Pathwork

Conferencias del Guía

Conferencia 155. Miedo del ser. Dar y recibir

Saludos, mis muy queridos amigos. Ojalá que esta noche resulte útil para todos ustedes y los fortalezca, y por ende se convierta en la bendición que abra aún más su camino a la autorrealización.

A fin de llegar a ser lo que verdaderamente son, el prerrequisito fundamental es la ausencia de miedo. La clave es superar el miedo del ser. Toda clase de miedo equivale, a final de cuentas, al miedo del ser; ya que si no tuvieran miedo de su ser más íntimo, no podrían temer nada en la vida. De hecho, ni siquiera temerían a la muerte.

Antes de embarcarse en un camino intensivo de autoconfrontación, uno no sabe que realmente tiene miedo de sus propias profundidades desconocidas. Las personas proyectan este temor real en muchos otros temores. Los miedos desplazados también pueden negarse y taparse. Por ejemplo, una persona puede temer cualquier aspecto de la vida. Todo el poder del miedo oculto del ser puede converger en él. O la vida misma podría temerse y, por lo tanto, evitarse, así como se evita el ser en la medida en que se le teme. Este miedo general a la vida puede proyectarse también en el temor a la muerte, ya que en realidad son una y la misma cosa. Quien tema a la una necesariamente teme a la otra.

Sólo cuando su Pathwork se ha concentrado y su conciencia ha crecido de manera suficiente se dan cuenta de que lo que más miedo les inspira es ustedes mismos. Reconocen este miedo por la restricción con la que se encaran, por todas las formas más o menos obvias de resistencia, por su terror de soltar sus defensas y permitir la expresión de sus sentimientos naturales. Para empezar, su grado de cautela no es claro; esta cautela se ha vuelto tan automática que ni siquiera se dan cuenta de que no es natural y de que podrían ser muy diferentes si la soltaran. Su incapacidad de permitir que las fuerzas involuntarias los guíen es una señal de lo mucho que desconfían de su ser más íntimo.

Deseo hacer hincapié otra vez en que las personas que restringen los movimientos naturales de su alma lo hacen porque les tienen miedo, miedo de a dónde los conducirán. Quienes son conscientes de este temor han dado un paso sustancial hacia la autoliberación, ya que, si no se dan cuenta del miedo del ser, no lo pueden vencer.

El temor de soltar, de dejar ir, significa que el ser real no puede manifestarse. El ser puede manifestarse sólo como expresión espontánea. Esta espontaneidad existe, por ejemplo, cuando el conocimiento se manifiesta intuitivamente desde dentro de ustedes, no a través de un proceso de aprendizaje introducido desde el exterior. Sólo las personas que no se temen, por lo menos hasta cierto grado, pueden registrar siquiera la presencia del ser, y ya no se diga reunir el valor de reconocer y respetar estas manifestaciones intuitivas y espontáneas de su ser interno. Los verdaderos artistas y los grandes científicos hacen sus descubrimientos importantes por medio de este proceso. En este sentido, es importante que no tengan miedo de su ser interior. En otros sentidos también podrían bloquearlo.

La manifestación del ser real siempre es un proceso profundamente creativo, ya sea que surja como conocimiento intuitivo o como la plenitud y la profundidad de sentimientos que hacen que la personalidad se muestre vibrantemente viva y gozosa en todos los niveles del ser.

El miedo de no ajustarse al ambiente social es otro aspecto del miedo del ser. La realidad interna podría divergir del ambiente; los valores reales del ser podrían ser distintos de los valores de la sociedad. Sólo quienes no tienen miedo de su ser interno en este sentido rechazarán los valores preestablecidos que se les transmiten. Los valores externos, correctos o incorrectos, son grilletes si no se eligen libremente.

Uno de los aspectos más importantes del miedo del ser es el miedo del placer. Los humanos fueron creados con el propósito de experimentar el placer supremo, una alegría intensa, si bien la mayoría de los individuos no los experimentan en absoluto. Los individuos verdaderamente sanos y realizados, que funcionan como deben hacerlo de acuerdo con sus capacidades innatas, pueden rendirse completamente a la fuerza vital con sus corrientes de placer. Expresarán espontáneamente esta fuerza poderosa; no la temerán ni la rechazarán. Esto animará todo su organismo con hermosa fuerza, energía y deleite.

Los que están atrapados en su cautela y sus defensas, y constantemente están en guardia para que estas fuerzas no se manifiesten, se paralizan. Es como si murieran. La manifestación más corriente en este mundo, hoy no más que en otros tiempos, es lo que podría llamarse autoenajenación, o falta de vitalidad, o desconexión. Es una ausencia de sentimientos que también trae consigo una estela de vacío y sinsentido. Es una falta de vivacidad porque la fuerza de la vida en su fluir vibrante es interrumpida deliberadamente y prohibida por una actitud del ego externo que es exageradamente vigilante y negadora.

El ser humano promedio experimenta algo de vitalidad por lo menos en ciertos momentos, pero esa vitalidad es tan inhibida en comparación con lo que podría ser que la vitalidad plena, aun si hubiera una manera de describirla con palabras adecuadas, sonaría increíble. Ni siquiera saben cómo podrían funcionar ni lo que podría ser su vida. Tienen sólo un vago anhelo, un vago sentido de que la vida podría ser diferente. Desafortunados son aquellos que atribuyen este anhelo a la ilusión, a la falta de realismo, y que luego se resignan a vivir medio muertos bajo el supuesto de que así debe ser. Afortunados son aquellos que tienen el valor de reconocer este anhelo, sin importar lo tarde que lo hagan en la vida, y que luego empiezan a abrirse a la posibilidad de que este anhelo sea justificado y signifique que se puede tener mucho más en la vida. Y ustedes pueden tener mucho más de la vida si cobran vida. Pero pueden cobrar vida sólo en la medida en que venzan el miedo del ser.

Examinemos ahora este miedo del ser un poco más de cerca, amigos míos. ¿Por qué temen las personas que si no son cautelosas y están constantemente a la defensiva con su voluntad y su mente, algo peligroso podría suceder? Este algo peligroso se manifestaría desde la profundidad espontánea de su ser. ¿Qué es? Fundamentalmente existen dos posibilidades. Está la posibilidad de que salga algo negativo y destructivo. Y está la posibilidad de que salga algo creativo, constructivo, expansivo y placentero. No es verdad, como podría creerse de improviso, que sólo se teme lo primero. El miedo a lo negativo es, desde luego, una razón muy sustancial por la que el individuo prohíbe los movimientos fluidos del alma, el flujo cósmico tal como se manifiesta en cada ser humano cuando no es obstaculizado. Las fuerzas destructivas del odio, la hostilidad, el resentimiento, el enojo y la crueldad que el individuo teme podrían variar en todos los grados concebibles. Existen en todos los seres humanos. Existen en la medida en que las expresiones positivas han sido prohibidas, primero por los padres y el ambiente en la creencia errónea de que son dañinas y pueden conducir al peligro, y más tarde por ustedes mismos. Es muy importante que entiendan esto, amigos míos. Una vez que son adultos, ya no están tan restringidos por su pasado. Se limitan cuando siguen reprimiendo las fuerzas constructivas que originalmente prohibieron otros.

Aquí, de nuevo, está uno de estos famosos círculos viciosos que resultan de todos los errores instituidos en el vivir humano. Como las fuerzas positivas se restringen, las fuerzas negativas crecen. O, para decirlo con mayor precisión, la fuerza positiva se tuerce, se perturba, se convierte, se distorsiona, y así se transforma en fuerza negativa. Como bien saben, ésta no es una fuerza diferente que recién empieza a existir. La rabia no es una emoción o corriente de energía nueva. Consta de la misma sustancia original que el amor y puede retransformarse en amor si se le permite. De hecho, es fácil que la emoción negativa se reconvierta en su manifestación original, pues ésta es su forma natural. Por ejemplo, una vez que la rabia se reconoce y se experimenta plenamente en las circunstancias apropiadas, de una manera que no sea destructiva para nadie, y al mismo tiempo le permite a uno identificarse plenamente con la emoción pero guardando un sentido de la proporción, sin rechazar por ello a la personalidad total, la rabia se transformará en calidez, placer y amor. Esta transformación puede ocurrir directa o indirectamente por medio de otras emociones, como la tristeza, la autocompasión, el dolor, la agresión sana y la autoafirmación. Todas las corrientes de energía negativas deben experimentarse y reconocerse. Debe permitirse que existan en el momento, siempre que existan de manera natural. Entonces, y sólo entonces, se reconvertirá lo que es antinatural y destructivo.

Regresemos ahora al círculo vicioso, que se perpetúa cuando se evita un procedimiento sano como el que se esboza aquí. Cuanto más grande es la rabia, peor se vuelve el miedo a ella; en consecuencia, más se protegen ustedes. Cuanto más se protegen, menos posible les es ser espontáneos y permitir así que la emoción destructiva se reconvierta en su corriente original de placer.

Como dije, no sólo se temen las fuerzas destructivas, sino que a menudo el amor y el placer se temen en la misma medida, si no más, porque al niño se le ha hecho creer que son malos y peligrosos. Se les teme porque exigen una desprotección que confía en la naturaleza interior espontánea. Las fuerzas del amor pueden permanecer vivas sólo cuando el ser se despoja por entero del miedo a sí mismo. Renunciar a la cautela, a la protección, parece equivaler a la aniquilación, porque entonces algo distinto del ego vigilante coopera en el proceso de vivir. Sin la cooperación de la naturaleza interior espontánea, la vida se empobrece. Pero la aceptación de esta cooperación depende de que se haga frente a lo que se teme. Así, en el círculo vicioso las fuerzas del amor se temen porque exigen renunciar a las actitudes vigilantes, forzadas y premeditadas que vuelven imposible toda espontaneidad. La frustración y el vacío incrementan el enojo y la rabia, hacen crecer el miedo del ser, y así sucesivamente.

Quienes son incapaces de dar el paso decisivo para vencer sus resistencias a enfrentar sus temores internos están atrapados en este ciclo. El encuentro con sus miedos es una cosa que la mayoría de las personas desea evitar como si se tratara de la plaga. No basta reconocer de una manera teórica y vaga la existencia de algunos sentimientos negativos. No basta hacer abstracciones acerca de ellos. Deben ser atravesados verdaderamente y experimentados dinámicamente. Esto es inevitable y necesario y constituye el proceso de enfrentarse a sí mismo del que siempre estamos hablando.

Una vez que se emprende esto, resulta no ser tan difícil ni tan peligroso como se previó al principio. De hecho, el alivio y la liberación, el acceder a la vida son algo tan real y maravilloso que la vacilación resulta absurda en retrospectiva. Los que pueden persuadirse a dar este paso son bendecidos en realidad, pues la vida empieza a abrirse sólo entonces. Es necesario soltar y permitir que lo que esté allí salga, cualquiera que sea el sentimiento.

Vuelvo a insistir, para evitar cualquier malentendido, que esto no significa exteriorizar el enojo reprimido y acumulado, que sólo regresa al ser en represalia. Lo que quiero decir es que estas emociones deben sentirse y expresarse en ciertas circunstancias, bajo supervisión terapéutica, donde no puedan hacer daño. De hecho, cuanto más reconozcan los sentimientos destructivos y asuman la responsabilidad de ellos, menos inclinados se sentirán a exteriorizarlos contra su voluntad. Siempre se ofrecen excusas para explicar semejante exteriorización; asimismo, las personas suelen no darse cuenta de que sus sentimientos con respecto a una situación específica son mucho más intensos de lo justificable. Esto inevitablemente afecta a otros, lo admita uno o no. La exteriorización que tiene lugar diariamente en la vida de todo el mundo puede no tomar formas violentas, pero es tan o más destructiva indirectamente. Este fenómeno se subestima mucho.

Todo esto puede evitarse si la fuerza plena de un sentimiento destructivo se expresa directamente y se atraviesa. Cuanto más totalmente pueda hacerse esto, más rápido tendrá lugar la transformación en placer. Lo que suceda después dependerá de la medida en que sean capaces de experimentar placer. Esto depende, de nuevo, de varios factores, algunos de los cuales examinaremos.

Algo de lo que dijimos antes arroja un poco más de luz sobre el proceso de temerse uno mismo. El temor se manifiesta de maneras indirectas, que ustedes siguen racionalizando. Mientras exista el miedo del ser, la libertad y la realización de la propia vida son imposibles, amigos míos, absolutamente imposibles. Es mucho mejor reconocer el miedo del ser, admitirlo y decir: “Aquí es donde estoy en este momento. No puedo dejar salir lo que está en mí, por la razón que sea”, que relegarlo al olvido y hacer de cuenta que no tienen este miedo.

De aquí, amigos míos, damos otro paso y examinamos otro tema que está directamente conectado con éste. Les dará un nuevo enfoque a su vida interior. La psicología ha postulado, y muy correctamente, que las necesidades de recibir no satisfechas del ser humano crean daños a la psique. Se ha insistido mucho esto. Así como el organismo se malogra cuando no se satisfacen sus necesidades ni se le da el sustento adecuado, así también el alma humana se frustra cuando sus necesidades no son satisfechas y se le priva del sustento vital: amor, afecto, calidez, aceptación de su propia individualidad. Tanto el alma como el cuerpo necesitan placer; sin él, se quedan lisiados y su crecimiento se detiene.

Es cierto que el niño indefenso depende de otros para satisfacer todas sus necesidades; sin embargo, se ha hecho muy poco énfasis en la importancia de dar. En las últimas décadas se ha dado una gran importancia a la frustración que resulta de no recibir lo suficiente, mientras que la frustración de no dar lo suficiente se ha descuidado mucho. Se ha postulado correctamente que a aquellos que no recibieron lo que necesitaban en la niñez se les dificultaría dar de sí mismos, pero hasta ahí llega el razonamiento. La sanación del daño derivado de no recibir lo suficiente puede lograrse mejor cuando uno se da cuenta de que no es impotente con respecto a su pasado, que contiene fuerzas que pueden establecer un nuevo equilibrio; pero esto puede hacerse sólo cuando se comprende el dolor mucho más grande que causa no dar lo que se tiene.

El énfasis exagerado en un aspecto psicológico ha creado una generación de personas que se autocompadecen y que van por la vida quejándose de que las han defraudado, de que no recibieron suficiente en su niñez y de que tienen que seguir adelante como si estuvieran lisiadas. La capacidad de abrirse y dar siempre existe, una vez que se le contempla, una vez que se le toma en consideración.

Gran parte del dolor de su vida interior es el dolor de negar lo que se tiene para dar, y no el de no haber recibido suficiente en el pasado. Es bastante fácil que entiendan esto cuando piensan desapasionadamente. Si una cantidad mayor y mayor de cualquier sustancia, de cualquier fuerza, de cualquier cosa, se acumula, el exceso creará más tensión. La superabundancia existe, amigos míos, lo sepan o no, contengan o no el exceso por temor. Por lo tanto, muchos de ustedes están tanto más afligidos porque no se permiten dar lo que lamentan no haber recibido y desean recibir de otros.

El flujo de energía de estos movimientos del alma forma un continuo. Los movimientos crean un proceso ininterrumpido con el que deben cooperar a fin de estar sanos y realizados. ¿Cómo? Permitiendo que este proceso continúe de una manera funcional. Con “funcional” quiero decir de acuerdo con las leyes de la vida que prescriben que las fuerzas positivas se pasen a otros y que ustedes reciban de otros lo que ellos permitan que fluya a ustedes.

La religión ha hecho hincapié en el acto de dar. Durante mucho tiempo ha predicado que dar amor es más bienaventurado que recibirlo. Constantemente hace hincapié, de una manera o de otra, en la importancia de amar; es decir, de dar amor, misericordia, comprensión y otros dones del espíritu. Aquí la distorsión era, y muchas veces todavía lo es, que el amor es un mandamiento piadoso que se acata por medio del sacrificio. Entonces se forma la imagen de que amar significa empobrecerse. El amor adquiere la connotación de autosacrificio y privación. Si uno no sufre por el hecho de amar y por el amor de otro malográndose uno mismo de alguna manera, no se le considera amor.

El mandamiento del amor se convirtió más bien en una abstracción y contenía la amenaza de imponer a los individuos ciertas acciones que iban en contra de sus intereses. Hasta el día de hoy, el concepto inconsciente del amor que tienen muchos individuos es exactamente éste. No es para sorprender que las personas tengan miedo de amar; el amor se representa como un acto ingrato, expiatorio y de despojo que empobrece al ser en aras de ser “bueno” y de complacer a un dios autoritario. No es sorprendente entonces que el amor se rechace, ya que los sentimientos placenteros que causa en el cuerpo se niegan y se tachan de pecaminosos. Hay que temer entonces el amor por partida doble: o se entrega uno a su manifestación espontánea, y entonces se vuelve “malvado”, o rechaza uno el sentimiento mismo que constituye su fuerza, y entonces se vuelve un deber desagradable.

La Humanidad fluctúa entre estos dos extremos: o sigue siendo el niño codicioso y egoísta que exige recibir exclusivamente y no está dispuesto a dar en lo más mínimo, o se fuerza a practicar el concepto falso de amor que acabo de describir. Como cada una de estas dos alternativas resulta indeseable, las personas oscilan entre una y otra, aunque la tendencia a estar en un extremo puede ser más fuerte.

Sólo cuando se miren a sí mismos con gran honestidad y mucho discernimiento podrán encontrar estas distorsiones en ustedes mismos. Ahora bien, ¿cómo puede crearse un flujo sano de dar y recibir cuando estas actitudes defectuosas obstruyen el camino? El miedo del ser necesariamente existe en ambos casos, ya que el impulso natural, el impulso espontáneo, es dar abundantemente... ¡tan abundante y generosamente como toda la naturaleza da! Esto se aplica al nivel material más externo así como al nivel más sutil. Cuanto más natural y generoso es el dar, menos masoquista, sufriente y sacrificada se vuelve la personalidad. Cuanto más se impone el dar falso por medio del autoempobrecimiento y la falta de afirmación, menos existen la generosidad real y el don espontáneo.

Existen innumerables ocasiones en la vida diaria de las personas en que se encuentran ante la disyuntiva de negar el ser o dar. La circunstancia en sí puede no ser importante, pero la actitud subyacente sí lo es. La cuestión puede ser si va uno a aferrarse a sus viejos rencores, a sus viejos hábitos, que excluyen a los demás en un espíritu de resentimiento o censura, o si va uno a permitir que surja una actitud espontánea desde la profundidad del ser. Esto último ocurre de manera natural, no por la fuerza; comprende ver realidades nuevas acerca de la otra persona que hacen que carezca de sentido aferrarse a un rencor; no ve vergüenza ni humillación en el hecho de renunciar al orgullo arrogante; no ve “falta de carácter” en el hecho de entender y perdonar. Muchos de estos “pequeños” incidentes debilitan el cerco que representa la negativa a dar, que causa más dolor que cualquier carencia en el recibir. Desde allí se vuelve más fácil y cada vez más natural permitir que fluyan los sentimientos cálidos. Pero en algún momento el ser debe hacer esta elección: continuar con la vieja manera de excluir y restringir, o permitir que se manifieste una fuerza nueva desde dentro y seguirla.

Sobra decir que el momento de la decisión debe notarse. Nunca es inconsciente de la manera en que lo es cierto material verdaderamente inconsciente. Está en la superficie, sólo que muchas personas prefieren minimizar su importancia y no se permiten reconocer los pequeños momentos de decisión acerca de tantas cuestiones de la vida diaria.

Cuando este momento se reconoce y se encara verdaderamente, puede parecer como un precipicio. La manera nueva puede parecer riesgosa, y la otra manera—fría, vieja y divisoria—puede parecer segura, aunque todos ustedes saben que esto no puede ser cierto, que no tiene sentido. Entregarse a esta fuerza interna aparentemente nueva es parecido a fluir con una gran ola desconocida. Pueden incluso sentir la alegría y la liberación que entraña, pero aún tienen miedo de lo que puede implicar. Si logran soltar y renunciar a la actitud destructiva, cualquiera que ésta sea, no importa lo encubiertamente que se manifieste hacia afuera, instituyen una manera enteramente nueva de vivir en su interior. Es la sanación que buscaban y esperaban. Así es como se da... no hay otra manera.

Incluso después de que hayan llegado a este punto de observación, no podrán dar el paso inmediatamente. Permanecerán un rato en esta posición tambaleante y observarán claramente cómo se excluyen, cómo, al aferrarse, restringen las fuerzas cósmicas que hay en su alma y limitan el flujo hacia afuera. Cuando se observen en esta situación, en este estar al borde, se darán cuenta de las implicaciones de ambas alternativas: la manera vieja y limitante, con todas sus formulaciones rígidas y sus maneras fáciles, así como los nuevos panoramas que se abren ante sus ojos. Cuando se observen durante algún tiempo en esta disyuntiva, en este momento de decisión, y no se presionan sino que simplemente observan plenamente y recuerdan lo que significa cada alternativa, finalmente serán capaces de soltar la manera vieja que rechaza la vida, el amor, los sentimientos, la felicidad, el desarrollo, el don de lo que tienen que dar. En este momento podrían no tener aún sentimientos fuertes, pero sí tendrán una nueva comprensión que incluye a otros.

La nueva manera aumenta en forma sostenida, siempre que ustedes no interrumpan el flujo. El movimiento de este flujo es tan bello que no puede describirse adecuadamente. Contiene un maravilloso mecanismo de autorregulación en el que se puede confiar por completo. En la medida en que suelten y renuncien a su actitud egocéntrica, egoísta, autocompasiva y autodestructiva, el miedo del ser disminuirá automáticamente. Algo nuevo empezará a pasar desde dentro. Los poderes creativos empezarán a funcionar. De este modo, ya no se frustrarán ni se infligirán dolor alguno, porque el inmenso placer de seguir el movimiento natural llenará su ser. El placer de dar y recibir se hará posible.

No pueden recibir mientras permanezcan en la vieja posición de rechazo y aislamiento. Mientras no logren soltar las restricciones autoimpuestas, no sólo vuelven imposible su dar, sino que vuelven igualmente imposible el recibir. Una vasija cerrada no puede llenarse ni vaciarse. Cuando ustedes se cierran y se defienden, no sólo no se protegen del peligro, sino que se cierran a todas las fuerzas universales sanas, las que podrían y deberían fluir de ustedes, y las que podrían y deberían fluir hacia ustedes.

Como el exceso de cautela los empobrece y los priva, inevitablemente se llenan de rabia. La mayoría de las personas se encuentran en el absurdo predicamento de mantenerse rígidos y restringidos, protegidos y excesivamente vigilantes, incapaces de ser espontáneos, siempre determinando cosas con la mente y la voluntad, sin permitir jamás que el proceso creativo se manifieste. Se frustran al negarse el enorme placer y deleite de estar en el flujo de dar y recibir. No es un placer esotérico y ultramundano desconectado del cuerpo. También entraña un placer físico. La ironía entonces es que estas mismas personas se enojan con el mundo porque éste no les da. El mundo les quiere dar, y sin embargo, ellas nunca pueden ver lo que se les da. Ni siquiera saben con exactitud qué es lo que no están recibiendo. Se enojan más con los que realmente quieren darles y cuyos dones rechazan, privándose así todavía más de lo que quiere fluir a ellas. Permitir que esto sucediera les ayudaría a dar, a volverse parte del proceso creativo otra vez. En otras palabras, se desconectan del flujo cósmico y creativo de dar y recibir, de la rotación constante, del movimiento perpetuo que tiene lugar en el proceso de la vida.

Ahora bien, amigos míos, lo que digo aquí no es una filosofía impráctica, hermosa tal vez, pero no realizable en la vida cotidiana. Estas palabras expresan la realidad más práctica, aplicable en cualquier momento en que lo decidan. La verdad de esto se aplica a todos los niveles de su ser—físico, mental, emocional y espiritual—, es decir, a su ser total.

Su empobrecimiento es autoinfligido porque ustedes no pueden hacer frente a ese “momento” del que hablé, en que rechazan tanto lo que se les da como lo que quiere fluir de ustedes. El nuevo flujo hacia afuera quiere eliminar, de una vez por todas, ese lugar restringido, rencoroso, destructivo, rabioso y rígido que hay en ustedes y del cual no quieren moverse. Los que puedan encontrar este lugar en sí mismos y se observen tambaleándose entre las dos alternativas tienen las mejores posibilidades. Su buena voluntad de sanarse, de ser libres, puede hacerlos buscar la fuerza y los recursos internos para tomar la decisión de optar por la alternativa nueva y perseverar en esa decisión. El miedo del ser desaparecerá con el tiempo a medida que expresen su negatividad en las circunstancias apropiadas, y cuando este miedo se desvanezca, los miedos nuevos podrán abordarse: el miedo al placer, a la felicidad, a la realización, el miedo a estar en la corriente sin restricciones. Verán entonces que aclimatarse a la felicidad y al placer no es tan difícil como parece al principio cuando desean dar lo que hay en ustedes. Es insoportable sólo mientras desean recibir pero no dar.

Quienes todavía están enganchados, consciente o inconscientemente, en el aspecto de recibir, tendrán miedo de la realización y el placer. Como no conocen las ramificaciones y el significado total de su predicamento, estas personas se quejan de que el mundo las deja insatisfechas. Sus quejas y enojos pueden tomar tantas formas como personalidades humanas hay. Muchos individuos ni siquiera se dan cuenta de que se quejan de la vida de una manera general. Esto también puede racionalizarse. Parte de su Pathwork consiste en descubrir esto dentro de ustedes, descubrir lo mucho que se enojan y se niegan a moverse de la posición negativa porque se sienten desposeídos.

Es inevitable que se sientan desposeídos porque vuelven imposible dar de su riqueza y por lo tanto tienen miedo de recibir. Están doblemente frustrados. Su negativa a soltar la negatividad y a dar de sí los vuelve incapaces de recibir placer, deleite, felicidad; a menudo incluso éxito material, que no tiene nada que ver con las emociones. Aunque intuyen la existencia de una gran alegría, suponen que ésta no está a su alcance. No lo pueden tolerar; los asusta precisamente porque están atorados en ese lugar en el que simplemente quieren absorber de otros. Esto no funciona así. Todos los esfuerzos por alcanzar la liberación y el bienestar requieren una atención igual a la frustración de no dar y a la de no poder recibir.

Mis queridísimos amigos, ojalá que estas palabras abran para ustedes el camino que hace posible la transición que desean tan ardientemente con una parte de su naturaleza, pero que se siguen negando con otra parte. Tal vez enciendan en ustedes una chispa para que puedan ver y decidan, poco a poco, renunciar a todo lo que obstruya el camino hacia su destino. Este destino es la realización completa y el placer supremo.

Sean benditos. Queden en paz, queden con Dios.

Dictada el 13 de octubre de 1967.