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Pathwork

Conferencias del Guía

Conferencia 164. Otros aspectos de la polaridad. El egoísmo

Saludos, mis muy queridos amigos. Como siempre, las bendiciones fluyen hacia ustedes. Una bendición es una corriente que representa un poder que ustedes recibirán en la medida en que se abran a ella, a sabiendas y voluntariamente.

La infelicidad de una persona casi siempre se considera un síntoma de enfermedad. La infelicidad habitualmente se interpreta de una manera equivocada y distorsionada. El resultado es que combaten la manifestación de su ser interno, como si la manifestación misma fuera la enfermedad. Desde luego, es muy cierto que si las personas estuvieran en total armonía con las fuerzas universales, no estarían enfermas, neuróticas ni infelices. Pero es igualmente cierto que la enfermedad, el descontento y la desarmonía son un síntoma de salud. Es precisamente su ser real, su ser espiritual, el que habla a través de la infelicidad, enviando al ego consciente un mensaje de que algo debería ser diferente. El ser real le dice a la personalidad exterior que está haciendo algo de una manera equivocada. Este mensaje proviene de la salud y quiere restablecer ésta, el bienestar y la felicidad. La verdad en la vida se equipara con sentirse bien de la manera más profunda posible; sin reservas, en una seguridad gozosa y un gusto por sí mismo. Cuando actúan y se mueven en la vida de una manera conducente a ese estado, el ser espiritual de su centro más íntimo está completamente contento. Así pues, una neurosis, una infelicidad, son, en un sentido más profundo, un síntoma de salud.

Cuanto más libre es el ser divino de una persona, cuanto menos incrustado y oculto está, más claramente registra sus mensajes la personalidad exterior. A veces esto se experimenta como “tener conciencia”. Los individuos menos desarrollados, cuyo ser real está profundamente enterrado, registran estos síntomas mucho menos agudamente. Pueden pasar por periodos extensos—incluso encarnaciones—sin sentir su descontento interior, sin registrar aprensiones, ansiedad, duda o dolor acerca de sus desviaciones exteriores de la legitimidad de la vida universal. No registran infelicidad cuando violan su integridad, y pueden sentir incluso una especie precaria de satisfacción cuando alimentan las necesidades de sus demandas destructivas.

Las personas suelen pasar por alto, o incluso ignorar, que la neurosis es, en sí, una indicación de un espíritu sano que se rebela contra la mala gestión de la personalidad exterior. Así, el peso se desplaza sutilmente en su relación con lo que es sano y lo que es enfermizo, de manera que el individuo combate el lenguaje mismo del espíritu sano. Entonces tratan de adaptarse a la condición malsana, en el supuesto de que rebelarse contra ella es inmaduro, poco realista y neurótico.

Las personas con tendencias inmaduras y poco realistas también suelen rehuir la responsabilidad de sí mismos, niegan cualquier tipo de frustración y quieren arreglárselas sin dar nada y recibir todo. Ya saben ustedes sin duda que estas actitudes son factores decisivos de la personalidad humana y tienen que encararse y cambiarse. Pero lo extraño es que cuanto más ignoran las personas su derecho natural a ser felices, y pasan por alto los mensajes de su espíritu que quieren ponerlos en la dirección de vivir de acuerdo con estos derechos básicos, más quieren engañar y arreglárselas sin dar nada. De hecho, es una conexión lógica. Cuanto más creen los seres humanos que deben sacrificar su felicidad fundamental porque hacer esto es “correcto”, “bueno” o “maduro”, más se privan. El otro resultado inevitable es la destructividad secreta y el egoísmo implacable enterrados en algún lugar en lo que se refiere a las inclinaciones emocionales. Estas tendencias subterráneas pueden hacer erupción en cualquier momento. Cuanto mayor se vuelve la supresión, cuanto mayor es el contraste con las falsas sobreimposiciones, mayor se volverá la probabilidad de un colapso nervioso, de una erupción violenta que la personalidad no puede controlar. Más adelante volveremos a este tema en la conferencia.

Tomemos el ejemplo de un ser humano que descuida su crecimiento personal. Es inevitable que a esto le siga el descontento. Pero la mente consciente puede ser incapaz de leer correctamente el mensaje del descontento. Se hace el diagnóstico de acuerdo con la comprensión que tenga la persona de estos asuntos. Con demasiada frecuencia la ayuda profesional consiste en tratar de hacer que los pacientes acepten su condición, en la creencia de que su frenética lucha es exclusivamente una rebelión contra la autoridad, o una maniobra autodestructiva contra una vida segura y sin peligro. La resistencia de la personalidad a reconocer la causa real contribuye a que el helper tome el camino incorrecto. El miedo a las consecuencias de un compromiso total con el crecimiento hace que parezca más deseable ser un niño recalcitrante. Todo esto es aún más engañoso porque, como dije antes, esta rebelión y autodestrucción inmaduras realmente existen también. Pero casi nunca son la causa del mal; sólo uno de los efectos.

Ya pueden ver lo fácil que es confundirse acerca de las sutilizas de la salud o la neurosis. Esta es simultáneamente un síntoma de salud y de enfermedad; un mensaje que lleva a las personas a sentirse bien de nuevo en sí mismas después de haber perdido su curso apropiado. Esta es, una vez más, una demostración de la trascendencia de la dualidad. En el sistema dualista es, o enfermedad, o salud. Así, pues, la neurosis siempre se ve exclusivamente como enfermedad. Por cierto que sea esto, es igualmente cierto que viene de, y tiende a, la salud. Es sumamente importante, amigos míos, que se vean a sí mismos y su estado mental y sus emociones de esta manera y con esta óptica.

Esto me trae de nuevo al tema de la dualidad. Repito: sus tensiones y confusiones, así como su sufrimiento y sus miedos, son el resultado del estado dualista de conciencia, en el que todo se divide a la mitad; en el que una mitad se juzga buena y deseable, y la otra mala e indeseable. Esta es siempre una manera errónea e ilusoria de percibir y experimentar la vida. Los opuestos no han de dividirse de esta manera, como les he explicado muchas veces antes. Sólo cuando, a través de su evolución personal, trasciendan los opuestos y los concilien, podrán alcanzar el estado unitivo. A fin de acercarse a este estado los opuestos deben enfrentarse y aceptarse mientras parezcan opuestos, para que la tensión interior disminuya.

Algunos opuestos ya no se experimentan como uno versus otro, incluso en su esfera dualista de conciencia. La Humanidad ha evolucionado lo suficiente para haber trascendido algunas de las polaridades. En estos casos, el ser humano promedio ya no experimenta un opuesto como bueno, y el otro como malo. Cuando digo “ya no” me refiero a que existían estados previos de conciencia cuando éste era el caso; con todos los individuos y en todos los sentidos.

Tomemos, por ejemplo, los principios masculino y femenino que examiné en la última conferencia. Sólo la persona que está muy distorsionada, muy perturbada y subjetivamente influenciada—e incluso entonces casi nunca es una manifestación abierta—experimentará uno como positivo y el otro como negativo. La psique profunda, en la que no todas las obstrucciones viejas se han superado, todavía alberga el concepto de bueno versus malo. Pero, en general, en un grado mucho más alto, la persona promedio experimenta estos opuestos de una manera verídica. Ambos se ven como intrínsecamente buenos y bellos. Se complementan uno al otro de una manera maravillosa y así forman una unidad, un todo. Ambos contienen aspectos del universo creativo.

Tomemos otro ejemplo en el que, para una mente medio sana, los opuestos se trascienden; ya no se ven como bueno versus malo, sino como facetas complementarias, y ambas realizan su propia función y son igualmente bellas. Estos opuestos son las fuerzas de la actividad y la pasividad—los principios de expansión y restricción, de iniciar y ser receptivos—para referirnos a nuestras pláticas más recientes. Hay muchas más dualidades que se consideran complementarias y mutuamente gratificantes en vez de mutuamente excluyentes, incluso en este estado predominantemente aún dualista. Todo el mundo considerará la noche y el día manifestaciones mutuamente complementarias de la naturaleza, ambas con su valor, su belleza y su función. Sólo la personalidad más distorsionada considerará una como buena y luchará contra la otra como mala.

Estos ejemplos deberían hacerles sentir que en realidad así sucede con todos los opuestos, incluso los que parecen más difíciles de comprender de esta manera. He tratado de mostrarles que incluso un par de opuestos como la salud y la enfermedad no indican en realidad bueno versus malo. Las dos pueden contener ambas cosas. Si la salud prevalece mientras una persona viola sus necesidades espirituales de crecimiento—de sentimientos totales de amor, de las experiencias más profundas de felicidad, placer y unión con otros—,si la salud continúa mientras un ego permanece aislado, separado e insensible a su propio ser más íntimo y a otras personas, no es buena. Y a la inversa, la mala salud es buena si se le ve como un síntoma que conduce a una salud, realización y felicidad totales.

Así pues, lo que es bueno y lo que es malo no es jamás divisible, de manera que una polaridad sea una cosa, y la otra polaridad, la otra. Cada polaridad es toda buena cuando está en su estado natural y no distorsionado. Cada polaridad es mala cuando se establecen la distorsión y el error.

Lo más difícil es experimentar con la mayor polaridad de todas: la vida y la muerte. Tal vez lo anterior les ayude a empezar a sentir vagamente de una manera nueva que esta dualidad específica difícilmente puede ser distinta. Debo decirles, amigos míos, que cuanto más logren conciliar polaridades acerca de todo tipo de aspectos dentro de su propio sistema del alma y con su corriente anímica, más sentirán que no son diferentes de la vida y la muerte. Ambas son buenas; no hay que temer ni combatir ninguna. Cuanto más empiezan a unificarse otras polaridades o dualidades y a experimentarse como funciones vitales de la vida—todas significativas y bellas a su propia manera—más sucederá esto con respecto a la vida y la muerte.

Hay muchos otros opuestos que no pueden evitar experimentar en este estado de su desarrollo como buenos versus malos. En el grado en que han evolucionado, en que están en su mejor momento, en que han realizado su naturaleza divina, en ese grado dejan de experimentar la vida de esta manera dividida. Sólo entonces puede el alma estar en paz. Sólo entonces pueden estar relajados los movimientos del alma y, consecuentemente, en un estado de deleite. La tensión genera displacer y vuelve imposible la dicha. La tensión es inevitable mientras esté uno bajo la ilusión de que siempre hay cosas nuevas que combatir. Las corrientes del alma se cierran a todo lo bueno de la vida cuando una entidad se cree en peligro. Como todos los opuestos están constantemente “cerca”, siempre “allí”, en lo más profundo de su ser así como alrededor de ustedes, viven en un estado perpetuo de tensión cuando suponen que un opuesto es bueno.

Como toda la vida consta de polaridades, el hecho de que la mayor parte de ellas parezcan opuestos mutuamente excluyentes—uno que tratan de alcanzar y el otro que niegan tensamente—pone a las personas en un estado constante de tensión dolorosa, de arrebatamiento ansioso, de negación innecesaria. Las consecuencias son el dolor y la frustración. Esto se vuelve aún más confuso cuando creen que han hecho bien en combatir lo malo e intentar agarrar lo bueno. ¿Por qué, entonces, están tan descontentos, tan vacíos, tan desprovistos de las alegrías vitales de la existencia? Estas confusiones rara vez son conscientes y concisas. Si lo fueran, sería mucho más fácil cuestionar y poner en tela de juicio las premisas que condujeron a las distorsiones en primer lugar. Las dificultades son verdaderamente ilusorias, tan ilusorias como la división de bueno versus malo, pero de todas maneras parecen reales en toda la incomodidad que provocan.

Los opuestos con los que luchan las personas crean una tremenda tensión. La Humanidad ha estado orientada durante siglos y siglos de su existencia psíquica a sentir que un opuesto es bueno y correcto, y el otro, malo e incorrecto. Así, inevitablemente se pierden en su confusión. Tratan de resolver todos sus problemas personales de acuerdo a esta concepción y, desde luego, nunca lo logran, jamás encuentran una solución real que les dé paz. Enfocan todas sus alternativas personales de acción de esta manera. Así, la premisa misma de la que parten ya es la base de un enredo y un error mayores y más profundos.

A veces esta tensión conduce a erupciones, como dije antes. Otras veces, las dos polaridades que arbitrariamente parecen ser excluyentes entre sí se anulan una a la otra. En una percepción veraz, ambos opuestos se aceptan y funcionan orgánicamente, ayudándose entre sí. En la percepción ilusoria de una exclusividad mutua crean un cortocircuito. En la oscuridad de la confusión, el individuo debe tomar una decisión, pero no logra hacerlo. Cuando la distribución es dispareja, de una manera distorsionada y no orgánica, puede ocurrir una erupción. Cuando la distribución es pareja, equilibrada—de nuevo de una manera distorsionada y no orgánica—todas las corrientes de poder se inactivan y ocurre un cortocircuito. Lo que la mente tiene como cierto realmente sucede: los dos opuestos se anulan entre sí. El resultado adicional de este estado es el entumecimiento, la falta de vitalidad de sentimientos que repetidamente analizamos en nuestro trabajo juntos. A menudo hablamos de este entumecimiento y falta de vitalidad en conexión con otros aspectos más limitados; por ejemplo, el miedo a los sentimientos. Pero, ¿acaso no se basa este miedo precisamente en esta lucha dualista; la lucha contra la opción entre fuerzas polarizadas en la vida interior de una persona?

Un sencillo ejemplo también describirá las corrientes básicas de Sí y No, que analizamos antes en diferentes conexiones. La corriente del Sí representa el principio afirmativo, el principio que se expande, abraza y está abierto y receptivo a la vida. La corriente del No representa el principio negador. Se retrae, se niega y se encoge en sí mismo. Existe la convicción y la suposición generales de que el principio afirmativo es bueno y deseable, mientras que el principio negador es malsano, malo e indeseable. La religión misma ha hecho esta división, representando explícitamente a Dios como el poder afirmativo, y al Demonio como el poder negador. Esto, en el mejor de los casos, es una media verdad. Aceptar ciegamente esta división en las profundidades de los reflejos inconscientes de uno significa confusión y dolor incalculables. En el momento en que una persona está gobernada por esta actitud, se involucra en errores que conducen a más errores y a una malinterpretación de la vida, hasta que se les hace cada vez más difícil salirse del laberinto.

Demostraré esto de la manera más sencilla posible. ¿No es cierto que afirmar una condición indeseable, una actitud destructiva, es tan indeseable como negar una condición o actitud positiva y constructiva? Para un individuo orientado sólo a afirmar, cualquier negación se experimenta con punzadas de titubeo, duda, incertidumbre y culpa, aun si la negación es sana y constructiva en una situación específica. Me refiero a niveles muy sutiles de reacciones, alojados en la mente inconsciente o semiconsciente. El siguiente eslabón en esta reacción en cadena es la dificultad para afirmarse, la dificultad para tomar los derechos inherentes de uno como parte de la creación, la dificultad para ser sanamente agresivos. Un individuo así se siente obligado a someterse siempre, a nunca decir No a ninguna demanda, no importa cuán explotadora sea. La falta de carácter y la debilidad de muchas personas tienen su origen en un miedo muy arraigado a negar cualquier cosa. Esto no es una virtud real, basada en el ofrecimiento libre del amor, en el espíritu generoso de querer dar algo de uno mismo. Es un miedo sutil de autoafirmarse, de reclamar algo para el propio ser. Esta falta de generosidad e individualidad disminuye la capacidad de amar y aumenta la separación y el egoísmo subyacentes en el sentido destructivo. Así pueden ver, amigos míos, que incluso con el aparente bueno versus malo de las corrientes del Sí y el No, nunca es uno versus el otro. Estarían completamente equivocados al adoptar el principio afirmativo como una actitud general para todas las contingencias y negar el principio de negación.

Les estoy demostrando una vez más que la visión dualista del mundo conduce al error y al sufrimiento, a la confusión y a la tensión, y lejos de todas las soluciones verdaderas. La conciliación de todas las polaridades reside en ver lo bueno de ambos opuestos. Sólo esto llevará a la verdad, la realidad, la salud, el desenvolvimiento de la dicha universal y la expansión de la conciencia. Éste ha sido el tema subyacente de todas mis conferencias. A medida que procedamos más y más, y al entrar ustedes más profundamente en su interior, será cada vez más importante que reorienten gradualmente todas sus facultades a vivir de acuerdo con el principio unificado. Esto se aplica primero a sus procesos de pensamiento, más tarde a las reacciones y percepciones emocionales más sutiles. Cada vez más llegarán al punto en que puedan abrazar ambos opuestos en sus manifestaciones verdaderas, reales y sanas. Sentirán, más que juzgar, cuáles son cuáles.

En esta misma vena me gustaría tocar el muy importante tema del egoísmo. En el transcurso de nuestro trabajo juntos hemos abordado este tema de diversas maneras. Ahora me gustaría ser un poco más explícito y profundizar un poco más. Este importantísimo tema tiene muchas ramificaciones en cada existencia humana, en cada psique humana e inevitablemente, por lo tanto, en cada vida exterior. Al mismo tiempo, el tema es difícil porque fácilmente puede engañar a las personalidades infantiles, egocéntricas, falsamente egoístas y separadas, que tal vez deseen proclamar su egoísmo y su separación como salud y autoafirmación. Por eso he esperado un tiempo considerable antes de examinar este tema en detalle. La mayoría de ustedes, amigos míos, han progresado lo suficiente en su capacidad de distinguir entre el egoísmo sano y el destructivo, así que no caerán en la trampa de fingir que uno es el otro. Hay que evitar esta trampa. Entonces la comprensión de estas palabras representará para ustedes una gran liberación.

El principio universalmente aceptado es que el egoísmo es erróneo, malo e indeseable, mientras que todos los tipos de generosidad son laudables, buenos y correctos. Uno rara vez hace la distinción de que algunas formas de egoísmo son intrínsecamente sanas y correctas. Guardan el derecho inalienable de la persona a ser feliz y proteger su capacidad de crecer, expandirse y evolucionar. Concomitantemente, uno rara vez nota que la generosidad puede ser una manifestación malsana de autodestructividad y debilidad; explotar a otros mediante la autoesclavización, así como uno permite que otros lo exploten. Esto tiene poco que ver con la preocupación genuina por los derechos de otros. De hecho, sólo la persona que puede ser egoísta de la manera correcta y sana es capaz de una preocupación genuina por los derechos de otros.

El egoísmo tiene un origen sano. Dice. “Soy una manifestación de Dios. Como tal, me encuentro en mi estado sano y sin obstrucciones y soy un individuo feliz. Sólo un individuo feliz puede propagar y producir felicidad. Sólo un individuo que crezca de acuerdo con sus potenciales y plan de vida es feliz. Así, la felicidad y el cumplimiento del destino de uno son sinónimos. Uno es impensable sin el otro. “También soy un individuo totalmente libre, autónomo y completamente responsable de la vida que me forjo. Nadie más puede determinar mi vida, mi crecimiento, mi felicidad. No me permitiré trasladar sutilmente esta responsabilidad a otros ‘comprándolos’ con mi falsa generosidad, a través de mi esclavización y obligándome a sentir muy generoso porque renuncio a mis derechos”.

No pueden asimilar este concepto con suficiente profundidad. Mediten sobre esto de la manera más personal y profunda y vean de qué manera se desvían inadvertidamente de esta actitud. Cuanto más lleguen a expresar esta manera de vida honesta, sana y autorresponsable, más seguros se sentirán en ustedes mismos porque la seguridad se encuentra en estar anclados dentro de sí. Así, la verdad hace aflorar el grano divino, el cual se vuelve su ancla. La generosidad falsa los hace perder este centro. Entonces se encuentran anclados en la otra persona a la que se sacrifican. Siempre que estas actitudes se encaran verdaderamente, ven que jamás puede hacerse este sacrificio con un amor genuino, con un espíritu libre de dar espontáneamente. Cuando el amor genuino está presente, la idea del sacrificio ya no es aplicable. El acto es tan placentero que resulta tan egoísta como generoso. La generosidad es egoísmo, y viceversa. La generosidad sacrificatoria siempre implica un regateo interior, un deseo secreto de salir adelante con algo oculto detrás de un sentimentalismo que finge que el acto es bueno. Ese algo siempre es poco amoroso y frustra el crecimiento.

Cuando están anclados no en su propio ser real sino en la aprobación de otros, a través de los cuales esperan obtener su individualidad, su propio respeto y su felicidad, no pueden entender los mensajes de su naturaleza divina. Están desconectados de su centro vital. Fluctúan entre alternativas contradictorias—confundidos acerca de lo que está bien o no—,para ustedes así como para aquellos con los que están involucrados.

Como resultado de la descentralización de su ser, siguen un camino en el que la infelicidad es equiparable a la generosidad, que a su vez se equipara con ser una buena persona. Este error es sólo el comienzo de un ciclo de nuevos errores que crean muchas reacciones en cadena de emociones y actitudes destructivas. Para nombrar sólo unas cuantas: el autoengaño de lo que significa “ser bueno”, la dependencia, que también se interpreta como el amor por y el interés en la persona de la que uno depende; la debilidad, la indefensión, la falsa humildad; por lo tanto, la rabia, el enojo y la rebelión. Cuanto más deben mantenerse enterrados estos últimos para no perturbar la estructura falsa, mayor es la discrepancia entre las emociones superficiales y las subyacentes. Cuanto mayor se vuelve la generosidad exterior, asumida y sacrificatoria, más contribuirán la rabia y la hostilidad subsecuentes al egoísmo destructivo y oculto. En sus emociones y deseos ocultos no prestan atención a otros a quienes despojarían gustosamente de todos sus derechos. El otro no puede tener realidad para ustedes si no le dan realidad a su propio ser.

El egoísmo oculto y destructivo procede del miedo y hace de la culpa una obstrucción que parece insuperable, sólo porque el cuadro que está debajo es tan diferente del que está arriba. Una persona que no puede ser egoísta de la manera correcta y sana no experimenta su propio ser en la realidad; todo es un juego, cómo salir adelante más fácilmente con un mínimo de inversión en la vida. ¿Cómo pueden las personas que no se toman suficientemente en serio, al igual que su crecimiento y su felicidad, como factores reales a los que hay que tener en cuenta, y experimentar a otras personas como suficientemente reales para interesarse en su verdadero ser?

Cuando se considera que el egoísmo es malo, y la generosidad, buena, independientemente del cómo y el por qué, la dualidad y el error son incontrolados. Por lo tanto, el conflicto entre el interés por sí mismo y el interés de otros es inevitable. Parece, en efecto, un conflicto real. Y en ese nivel lo es. Pero una vez que la dualidad se trasciende, tales conflictos dejan de existir. Lo que es bueno para el propio ser real debe absoluta e inevitablemente ser bueno para el ser real, la felicidad y el crecimiento reales y máximos, de la otra persona. En el ámbito de la realidad interior—de la verdad universal, que ha de encontrarse en la profundidad—nunca debe haber un conflicto entre los intereses reales de los individuos. Los intereses contradictorios existen sólo en los niveles sobreimpuestos de la falsedad, de las necesidades neuróticas y de las demandas destructivamente egoístas y explotadoras que obstaculizan el desenvolvimiento de la verdad y la felicidad de todos los interesados.

Cuando la dualidad escinde el egoísmo en divisiones y valores falsos de manera que prevalezcan las actitudes fingidas y distorsionadas, se cree que el camino correcto es lo que destruye el verdadero crecimiento y felicidad. Le presta una falsa humildad, y por ende un orgullo falso, a la persona que se sacrifica. Hace un explotador de la persona que se sacrifica. También hace un explotador de la persona que acepta el sacrificio, siempre bajo el disfraz de la justificación. ¿Puede esto promover la verdad y la belleza, la dicha y el desarrollo para el que se sacrifica o para el que ciegamente acepta el sacrificio? Aun si se puede afirmar, exteriormente, que semejante arreglo connota una acción justa, ¿es cierto esto? ¿Qué tiene lugar en la psique de las personas involucradas en semejante interacción? Los que aceptan el sacrificio deben de tener una culpa que va en aumento. Empero, no pueden permitirse encararla, pues esto haría que se colapsara la estructura que crearon mutuamente, y no quieren abandonar esa situación. Ya hablé de la rebeldía, el enojo y el falso sentimiento de bondad, el espíritu de ser victimizado, que se apodera de la psique de la persona que se sacrifica.

Cuando la polaridad de egoísmo/generosidad se reconcilia, el ser se acepta como centro de la existencia; no evaluándose ustedes como más importantes que el otro, sino sabiendo que su ego es responsable de su vida. Es el transportador en esta vida, el capitán que determina qué rumbo toman. Sólo entonces les es posible percibir y experimentar que ustedes y el otro son uno por dentro. Inevitablemente experimentarán que el interés propio de la manera correcta nunca puede interferir en los intereses del otro donde realmente cuenta, en el nivel más profundo. Sin embargo, incluso el interés propio correcto y sano casi siempre interfiere en los intereses egotistas de la otra persona. Por esta razón, obedecer los verdaderos intereses de uno suele entrañar una gran lucha y requiere mucho valor. El mundo que los rodea combate esto y se engaña al afirmar que el verdadero interés propio no es sino egotismo y egoísmo destructivo. Por eso necesitan ser lo suficientemente fuertes para tolerar la desaprobación del mundo de seguir su propio camino espiritual. Como el propio camino espiritual no puede ser más que dichoso—y como el mundo está orientado a creer que lo que es dichoso es malo y egoísta—cuán fuertes e independientes tienen que volverse para no ser influenciados y sentirse falsamente culpables de aquello que no merece culpa.

Deben superar muchas de estas obstrucciones y resistencias profundas antes de que puedan llegar a sentir que el camino del crecimiento es la experiencia más dichosa imaginable. Todos los autoengaños deben eliminarse antes de que esta verdad se despliegue ante ustedes.

Si entienden este principio, amigos míos, y proceden a partir de él, haciéndose muchas preguntas, lo que les sucederá será un maravilloso despertar nuevo. Tal vez empiecen en esta fase nueva de su Pathwork por preguntarse: “¿Qué me hace más feliz?” Si profundizan, verán que lo que los hace realmente felices debe ser constructivo y promotor del crecimiento, y debe conectarlos más con la vida cósmica, es decir, con Dios. También tienen que ver—si profundizan lo suficiente y no titubean ni tienen miedo de su exploración—que el interés propio sano no puede ir contra los verdaderos intereses de otros. De hecho, apoya el verdadero crecimiento y desarrollo de aquellos cuyos intereses egotistas y malsanos contribuyen a las tendencias del ser temeroso y dependiente de ustedes, la parte que quiere renunciar a la autorresponsabilidad. Sin embargo, el interés propio sano puede ir en contra del interés del estancamiento y el nulo crecimiento de ustedes y otros. Una vez que vean esto con franqueza y sin sentimentalismo, el valor para ser ustedes mismos surgirá gracias a esta visión verdadera. Toda la falsedad y, con ella, mucho sufrimiento y tensión se eliminarán. El grano que es tan sencillo será: lo que produce crecimiento y el desenvolvimiento del alma también debe producir felicidad vital, estimulación vibrante y placer, pues esa es la bondad del mundo de Dios.

La distorsión del mundo de Dios es lo que vuelve tan encomiable lo que no estimula la evolución del individuo.

Sean benditos todos ustedes, amigos míos, profundicen en la verdad de su ser divino. Permítanse ser más y más lo que verdaderamente son: Dios.

Dictada el 7 de junio de 1968.