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Pathwork

Conferencias del Guía

Conferencia 180. El significado espiritual de la relación humana

Saludos, mis muy queridos amigos. Mandamos bendiciones a cada uno de ustedes. Bendita sea su vida misma, cada una de sus respiraciones, sus pensamientos y sus sentimientos.

Esta conferencia trata de las relaciones y su enorme significado desde el punto de vista espiritual: el crecimiento individual y la unificación. En primer lugar, me gustaría señalar que en el nivel humano de la manifestación sí existen unidades de conciencia, que a veces se armonizan, pero con mucha frecuencia entran en conflicto una con otra, creando fricción y crisis. Sin embargo, más allá de este nivel de manifestación no hay otras unidades fragmentadas de conciencia. Por encima del nivel humano sólo hay una conciencia, a través de la cual todas las entidades creadas se expresan de manera diferente. Cuando uno alcanza la madurez experimenta esta verdad, sin, no obstante, perder el sentido de su individualidad. Esto pueden sentirlo muy claramente, amigos míos, cuando lidian con sus propias discordancias internas, pues ahí también se aplica exactamente el mismo principio.

En su estado actual, una parte de su ser más íntimo se desarrolla y gobierna sus pensamientos, sus sentimientos, su voluntad y su actuación. Hay otras partes, todavía en un estado más bajo de desarrollo, que también gobiernan e influyen en sus pensamientos, sus sentimientos, su voluntad y su actuación. De este modo, se encuentran divididos y esto siempre crea tensión, dolor, ansiedad, así como dificultades internas y externas. Algunos aspectos de su personalidad están en la verdad; otras, en el error y la distorsión. La confusión resultante causa graves perturbaciones. Lo que suelen hacer es ignorar un lado e identificarse con el otro. Sin embargo, esta negación de una parte no puede traer la unificación. Por el contrario, ensancha la escisión. Lo que debe hacerse es sacar el lado desviado y en conflicto y enfrentarlo; enfrentar toda la ambivalencia. Sólo entonces encuentran la realidad definitiva de su ser unificado. Como saben, la unificación y la paz surgen en el grado en que reconozcan, acepten y entiendan la naturaleza del conflicto interior.

Exactamente la misma ley se aplica a la unidad o a la disensión entre entidades exteriormente separadas y diferentes. También ellas son una, más allá del nivel de la apariencia. La disensión es causada no por diferencias reales entre unidades de conciencia, sino, así como en el individuo, por diferencias en el desarrollo de la conciencia universal manifiesta.

Aun cuando el principio de unificación es exactamente el mismo dentro y entre los individuos, no puede aplicarse a otro ser humano a menos que se haya aplicado primero al ser interior de uno. Si las partes divergentes de su ser no se enfocan de acuerdo con esta verdad, y no confrontan, aceptan y entienden su ambivalencia, el proceso de unificación no puede ponerse en práctica con otra persona. Esta es una verdad muy importante, que explica el gran énfasis de este Pathwork en enfocar primero al ser. Sólo entonces puede cultivarse la relación de una manera significativa y eficaz.

Ahora trataré es esbozar algunos elementos de disensión y unificación entre los seres humanos que están en una relación y mostrar cómo éstos se equiparan al proceso individual. Antes de pasar a esto, me gustaría decir que las relaciones representan el desafío más grande para el individuo, pues sólo en la relación con otros se afectan y activan los problemas sin resolver que todavía existen dentro de la psique individual. Por esto, muchos individuos se apartan de la interacción con otros. A veces puede mantenerse la ilusión de que los problemas surgen de la otra persona cuando uno siente una perturbación sólo en presencia de ella, y no cuando uno está solo.

Estar sólo provoca el llamado interior a tener un contacto, y cuanto menos se cultiva el contacto, más intenso se vuelve el anhelo. Éste, entonces, es un tipo diferente de dolor; el dolor de la soledad y la frustración. Pero el contacto vuelve difícil mantener por demasiado tiempo la ilusión de que el ser interior es intachable y armónico. Se necesita una aberración mental para sostener durante demasiado tiempo que los problemas en una relación son causados por otros y no por uno mismo. Por esta razón, las relaciones son simultáneamente una satisfacción, un desafío y una medición del estado interior de uno. La fricción que surge de relacionarse con otros puede ser un instrumento fuerte de purificación y autorreconocimiento si uno se siente inclinado a usarlo.

Al no aceptar este desafío y sacrificar la plenitud del contacto íntimo, muchos problemas internos jamás salen a relucir. La ilusión de paz y unidad interiores que viene de la renuencia a relacionarse ha conducido incluso a conceptos como el de que el crecimiento espiritual se fomenta con el aislamiento. Nada más alejado de la verdad. No obstante, esta afirmación no debe confundirse con la idea de que sí son necesarios intervalos de aislamiento para la concentración interior y la autoconfrontación. Pero estos periodos siempre deben alternarse con el contacto; y cuanto más íntimo sea ese contacto, más madurez espiritual expresa.

El contacto y la falta de contacto con otros puede observarse en diversas etapas. Hay muchos grados de contacto entre los extremos crasos de un aislamiento total exterior e interior, por una parte, y la capacidad más profunda e íntima de relacionarse, por la otra, tal como la capacidad de amar y aceptar a los otros, de lidiar con los problemas mutuos que surgen, de encontrar un equilibrio entre la autoafirmación y la rendición, entre dar y recibir y estar muy conscientes de los niveles de interacción. Hay individuos que han adquirido cierta capacidad superficial de relacionarse pero que todavía desisten de una revelación mutua más significativa, abierta y sin máscaras. Podría decir yo que el ser humano promedio actual fluctúa entre los dos extremos.

También es posible medir la sensación personal de plenitud por lo profundo de la capacidad de relacionarse y tener contacto íntimo, por la fuerza de los sentimientos que uno se permite experimentar y por la disposición a dar y recibir. La frustración indica una ausencia de contacto, que, a su vez, es un indicador preciso de que el ser se aparta del desafío de una relación, sacrificando así la realización personal, el placer, el amor y la alegría. Cuando quieren compartir sólo en forma de recibir de acuerdo con sus propios términos, y, de hecho, son secretamente renuentes a compartir, sus anhelos no serán satisfechos. Las personas harán bien en considerar sus anhelos no realizados desde este punto de vista, en vez de caer en la suposición usual de que uno tiene mala suerte y de que la vida lo ha tratado injustamente.

El contento y la realización en una relación es una muy olvidada vara de medir del propio desarrollo. La relación con otros es un espejo del propio estado y, por ende, una ayuda directa para la autopurificación. Y a la inversa, sólo por medio de una absoluta honestidad y confrontación con uno mismo pueden sostenerse las relaciones, pueden expandirse los sentimientos y puede florecer el contacto en relaciones de largo plazo. Así que, ya ven, amigos míos, que las relaciones representan un aspecto tremendamente importante del crecimiento humano.

El poder y el significado de la relación con frecuencia plantean problemas severos para aquellos que todavía están en medio de sus propios conflictos interiores. El anhelo no realizado se vuelve insoportablemente doloroso cuando se escoge el aislamiento debido a la dificultad del contacto. Pueden resolver esto sólo si se deciden seriamente a buscar la causa de este conflicto dentro de su ser, sin recurrir a la defensa de aniquilar la culpa y la autoculpabilización, que desde luego elimina cualquier posibilidad de acceder realmente al núcleo del conflicto. Esta búsqueda, junto con la voluntad interna de cambiar, debe cultivarse a fin de escapar del doloroso dilema en el que ambas alternativas disponibles—aislamiento y contacto—son insoportables.

El miedo al placer está conectado, en sumo grado, con el problema de lidiar con otros y de encarar la propia ceguera terca acerca del ser. También es importante recordar que el retraimiento puede ser muy sutil e imperceptible desde fuera, manifestándose sólo en cierta reserva y autoprotección distorsionada. La camaradería exterior no implica necesariamente una capacidad y voluntad de tener una cercanía interior. Para muchos, la cercanía es demasiado agobiante. Superficialmente, esto parece relacionarse con lo difíciles que son otros, pero en realidad la dificultad radica en el ser, independientemente de lo imperfectos que otros puedan ser también.

Cuando personas cuyo desarrollo espiritual está en diferentes niveles se relacionan entre sí, siempre es la persona más altamente desarrollada la que lleva la responsabilidad de la relación. Específicamente, esa persona es responsable de indagar en las profundidades de la interacción lo que crea cualquier fricción y desarmonía entre las dos partes.

La persona menos desarrollada no es tan capaz de esta búsqueda pues todavía está en la etapa de culpar al otro y depender de que éste haga “lo correcto” a fin de evitar disgustos o frustración. Además, la persona menos desarrollada siempre está atrapada en el error fundamental de la dualidad. Desde esta perspectiva, cualquier fricción es vista en términos de “sólo uno de nosotros tiene la razón”. Un problema del otro parece automáticamente lavar la imagen de esta persona, aunque en realidad su propio involucramiento negativo pueda ser infinitamente más oneroso que el del otro.

La persona espiritualmente más desarrollada es capaz de tener una percepción realista y no dualista. Esa persona puede ver que cualquiera de ustedes puede tener un problema profundo, pero que eso no elimina la importancia de su propio problema, posiblemente menor que el del otro. El individuo más desarrollado invariablemente estará dispuesto y será capaz de buscar su propio involucramiento siempre que esté negativamente afectado, no importa lo notoriamente equivocado que pueda estar el otro. Una persona de inmadurez y crudeza espiritual y emocional siempre adjudicará el mayor peso de la culpa al otro. Todo esto se aplica a cualquier tipo de relación: esposos, padres e hijos, amistades o contactos de negocios.

La tendencia a volverse emocionalmente dependiente de otros, cuya superación es un aspecto tan importante del proceso de crecimiento, proviene en gran medida de quererse absolver de una culpa o zafarse de una dificultad cuando se quiere establecer y mantener una relación. Parece mucho más fácil trasladar la mayor parte de este peso a otros. ¡Pero qué precio se paga! Hacer esto los vuelve impotentes, desde luego, y trae consigo el aislamiento o un dolor y una fricción interminables con otros. Sólo cuando empiezan a asumir verdaderamente su propia responsabilidad al ver su propio problema en la relación y al desear de corazón hacer un cambio, se establece la libertad y las relaciones se tornan fructíferas y gozosas.

Si la persona más altamente desarrollada se niega a emprender la tarea espiritual apropiada de asumir la responsabilidad de la relación y buscar el núcleo de la desavenencia en su interior, jamás entenderá de verdad la interacción mutua, cómo un problema afecta al otro. La relación se deteriorará, dejando a ambas partes confundidas y menos capaces de lidiar con el ser y otros. Por otra parte, si la persona espiritualmente desarrollada acepta esta responsabilidad, también ayudará al otro de una manera sutil. Si puede desistir de la tentación de subrayar constantemente los puntos flacos obvios del otro y mira en su interior, elevará considerablemente su propio desarrollo y propagará la paz y la alegría. Pronto se eliminará el veneno de la fricción. También se volverá posible buscar otros compañeros para iniciar un proceso de crecimiento verdaderamente mutuo.

Cuando dos iguales se relacionan, ambos tienen la responsabilidad total de la relación. Esta es en realidad una empresa hermosa, un estado de mutualidad profundamente satisfactorio. El defecto más leve en un estado de ánimo será reconocido por su significado interior y, de este modo, el proceso de crecimiento sigue adelante. Ambos reconocerán su cocreación de este defecto momentáneo, ya se trate de una fricción real o de un adormecimiento momentáneo de los sentimientos. La realidad interna de la interacción se volverá cada vez más importante. Esto evitará, en gran medida, que la relación se dañe.

Permítanme hacer hincapié aquí en que cuando hablo de ser responsables de la persona menos desarrollada, no quiero decir que otro ser humano pueda jamás cargar el peso de las dificultades reales de otros. Esto jamás puede ser. Lo que quiero decir es que las dificultades de interacción en una relación nunca son exploradas en profundidad por el individuo cuyo desarrollo espiritual es más primitivo. Éste hará responsables a otros de su infelicidad y desarmonía en una interacción dada y no será capaz ni estará dispuesto a ver el asunto entero. Así, esa persona no está en la posición de eliminar la desarmonía. Sólo aquellos que asumen la responsabilidad de encontrar la perturbación interior y el efecto mutuo pueden hacerlo. De este modo, la persona espiritualmente más primitiva siempre depende de la más evolucionada espiritualmente.

Una relación entre individuos en la que la destructividad del menos desarrollado vuelve imposible el crecimiento, la armonía y los buenos sentimientos, o en la que el contacto es abrumadoramente negativo, debe cortarse. Como regla, la persona más altamente desarrollada debe tomar la iniciativa. Si no lo hace, esto indica alguna debilidad o miedo no reconocidos que debe encararse. Si una relación se disuelve por esta causa; a saber, que es más destructiva y dolorosa que constructiva y armoniosa, esto debe hacerse cuando los problemas internos y las interacciones mutuas son plenamente reconocidos por el que toma la iniciativa de disolver un viejo lazo. Esto le evitará formar una relación nueva con corrientes e interacciones subyacentes similares. Esto también significa que decisión de cortar la conexión se ha hecho por el afán de crecimiento, más que como resultado del resentimiento, del miedo o del deseo de escapar.

No es en modo alguno fácil explorar la interacción subyacente y los diversos efectos de una relación en que las dificultades de ambas personas se exponen y se aceptan. Pero nada puede ser más bello y gratificante. Cualquiera que llegue al estado de iluminación en el que esto es posible dejará de temer cualquier tipo de interacción. Las dificultades y los miedos surgen en el grado exacto en que siguen proyectando en otros sus propios problemas de relación y aún culpan a otros de cualquier cosa que no se adecúe a su gusto. Esto puede tomar muchas formas sutiles. Tal vez se concentren constantemente en los errores de otros, porque a primera vista esta concentración les parece justificada. Quizás hagan demasiado hincapié en un lado de la interacción, o excluyan otro. Estas distorsiones indican una proyección y una negación de la autorresponsabilidad por las dificultades de relacionarse. Esta negación fomenta la dependencia en la perfección de la otra parte, lo que a su vez crea miedo y hostilidad por sentirse defraudado cuando el otro no está a la altura de la norma perfecta.

Queridos amigos, no importa qué haga mal la otra persona, si ustedes están perturbados, debe de haber algo en ustedes que pasan por alto. Cuando digo perturbados, lo digo en este sentido específico. No hablo del enojo claro que se expresa sin culpa y no deja un indicio de confusión y dolor internos. Me refiero al tipo de perturbación que surge del conflicto y genera más conflicto. A pesar de que les he advertido muchas veces que no pasen por alto su propia parte en el conflicto, es muy difícil que las personas se vean por dentro y encuentren la fuente de la perturbación en ellas mismas. Aun ustedes, amigos míos, que buscan sinceramente la liberación y la unificación dentro de sí, todavía están envueltos en proyecciones profundas en esta área.

Una tendencia favorita entre las personas es decir: “Tú me lo haces a mí”. El juego de culpar a otros es tan generalizado que constantemente pasa inadvertido. Un humano culpa al otro, un país culpa el otro y un grupo culpa al otro. Éste es un proceso constante en el nivel actual de desarrollo de la Humanidad. Es, en efecto, uno de los procesos más dañinos e ilusorios imaginables.

Tal vez sólo unos cuantos de ustedes empiecen a ver cómo hacen esto, y cuando lo ven, se detienen sólo ocasionalmente. Empiecen a cuestionarse y dejen de culpar a otros, lo que siempre es una forma oculta de hostilidad que limpia la imagen del ser. Uno deriva un placer de hacer esto, aun cuando el dolor que le sigue y los conflictos irresolubles que se presentan son infinitamente desproporcionados al insignificante placer momentáneo. Los que juegan a este juego se perjudican de verdad, y también a otros, por lo que les recomiendo fuertemente que empiecen a darse cuenta de su involucramiento ciego en este juego de culparse unos a otros.

Pero, ¿qué decir de la “víctima”? ¿Cómo debe esta persona lidiar con la situación? Como víctimas, su primer problema es que ni siquiera se dan cuenta de lo que está sucediendo. La mayor parte del tiempo, la victimización ocurre de una manera sutil, emocional y desarticulada. La culpa callada, oculta e indirecta se lanza sin una sola palabra hablada. Se expresa indirectamente de muchas maneras. Ahora bien, es obvio que la primera necesidad es la conciencia concisa y articulada, pues de lo contrario responderán inconscientemente de maneras igualmente destructivas y falsamente autodefensivas. Entonces, ninguna de las dos personas realmente conoce los niveles intrincados de acción, reacción e interacción hasta que los hilos se hayan enredado tanto que parezca imposible desenredarlos. Muchas relaciones han fracasado debido a esta interacción inconsciente.

La culpabilización de otro difunde veneno, miedo y por lo menos tanta culpa como la que uno trata de proyectar. Los destinatarios de esta culpabilización pueden reaccionar de diferentes maneras, de acuerdo con sus propios problemas y conflictos no resueltos. Mientras la reacción sea ciega, y la proyección de la culpa, inconsciente, la reacción en contra también será neurótica y destructiva. Sólo la percepción consciente puede impedir esto. Sólo entonces serán capaces de rechazar una carga que se les está imponiendo. Sólo entonces pueden articularla y precisarla.

En una relación que está a punto de florecer, uno debe estar pendiente de esta trampa, que es tanto más difícil de detectar cuanto que la proyección de la culpa está tan difundida. Asimismo, los destinatarios deben buscarla en ellos mismos así como en el otro. Y no me refiero aquí a una confrontación directa acerca de algo que la otra persona hizo mal. Me refiero a la culpabilización sutil por medio de la infelicidad personal. Esto es lo que debe ser cuestionado.

La única manera en que pueden evitar convertirse en una víctima de la culpabilización y la proyección de la culpa es evitar hacérselo a ustedes. En el grado en que se entreguen a esta actitud sutilmente negativa—y lo pueden hacer de una manera distinta de aquel que se lo hace a ustedes—no se darán cuenta de que se lo hacen a sí mismos y, por lo tanto, se victimizarán por ello. La simple conciencia determinará toda la diferencia, expresen o no expresen verbalmente su percepción y confronten a la otra persona. Sólo en el grado en que exploren y acepten sin defensas sus propias reacciones y distorsiones problemáticas, sus negatividades y su destructividad, pueden desactivar la proyección de culpa de alguien más. Sólo entonces no serán atraídos a un laberinto de falsedad y confusión en el que la incertidumbre, la actitud defensiva y la debilidad pueda hacerlos retirarse o volverse excesivamente agresivos. Sólo entonces dejarán de confundir la autoafirmación con hostilidad, o la transacción flexible con la sumisión malsana.

Éstos son los aspectos que determinan la capacidad de lidiar con las relaciones. Cuanto más profundamente se entiendan y se vivan estas actitudes nuevas, más íntima, plena y bella se volverá la interacción humana.

¿Cómo pueden afirmar sus derechos y acudir al universo en busca de plenitud y placer? ¿Cómo pueden amar sin miedo a menos que se relacionen con otros de la manera en que esbocé más arriba? A menos que aprendiendo a hacer esto se purifiquen, siempre habrá una amenaza cuando se trate de intimidad: que uno o los dos recurran a usar mutuamente el látigo de la culpa. Amar, compartir y la cercanía profunda y satisfactoria con otros podría ser un placer puramente positivo sin ninguna amenaza si estas trampas se miraran, se descubrieran y se disolvieran. Es de suma importancia que las busquen en ustedes, amigos míos.

El tipo de relación más estimulante, bella, espiritualmente importante y generadora de crecimiento es la que existe entre el hombre y la mujer. El poder que une a dos personas en amor y atracción, y el placer que esto entraña son un pequeño aspecto de la realidad cósmica. Es como si cada entidad creada conociera inconscientemente la dicha de este estado y tratara de volverla una realidad de la manera más potente abierta a la Humanidad: en el amor y la sexualidad entre hombre y mujer. El poder que los junta es la energía espiritual más pura, que conduce a un indicio del estado espiritual más puro.

Sin embargo, el que un hombre y una mujer permanezcan juntos en una relación más duradera y comprometida, manteniendo e incluso aumentando la dicha, depende enteramente de la manera en que los dos se relacionen entre sí. ¿Están conscientes de la relación directa entre tolerar el placer y crecer interiormente? ¿Aprovechan las inevitables dificultades de la relación como varas de medir de sus propias dificultades interiores? ¿Se comunican de la manera más profunda, más veraz, más autorreveladora, compartiendo sus problemas internos, ayudándose mutuamente en vez de culparse uno al otro y lavarse la imagen? Las respuestas a estas preguntas determinará si la relación flaquea, se disuelve, se estanca…o florece.

Cuando miren el mundo que los rodea, verán sin duda que muy pocos seres humanos crecen y se revelan de esta manera abierta. También pocos entienden que crecer juntos y uno a través del otro determina la solidez de los sentimientos, del placer, del amor y del respeto perdurables. Por lo tanto, no es sorprendente que las relaciones duraderas estén, casi invariablemente, más o menos muertas en cuanto a sentimientos.

Las dificultades que surgen en una relación siempre son señales de que hay algo que no se ha atendido. Son un mensaje fuerte para quienes pueden oírlo. Cuanto más pronto se le preste atención, más energía espiritual se liberará, de modo que el estado de dicha pueda expandirse junto con el ser interior de ambos compañeros. Existe un mecanismo en la relación entre un hombre y una mujer que puede compararse con un instrumento muy finamente calibrado que muestra los aspectos más finos y más sutiles de la relación y del estado individual de las dos personas involucradas. Esto no es reconocido suficientemente, incluso por las personas más conscientes y sofisticadas, que, en otro sentido, están familiarizadas con la verdad espiritual y psicológica. Todos los días y todas las horas, el estado y los sentimientos interiores son testimonio del nivel de desarrollo de uno. En el grado en que se les presta atención, la interacción, los sentimientos, la libertad de fluir por dentro y hacia el otro florecerán.

La relación perfectamente madura y espiritualmente válida debe estar siempre conectada en lo más profundo con el crecimiento personal. En el momento en que una relación se experimenta como ajena al crecimiento personal y se le abandona a sus propios recursos, por decirlo así, se tambaleará. Tarde o temprano, esto ocurrirá. Y ese es el destino de la mayoría de las relaciones humanas; especialmente la íntima entre los dos sexos. Las relaciones no se reconocen como un espejo del crecimiento interior, así que gradualmente se desgastan. El primer vapor se dispersa y no queda nada. La fricción abierta y la disensión o el estancamiento y el aburrimiento echarán por la borda lo que alguna vez fue tan prometedor.

Sólo cuando ambos crecen hasta alcanzar su potencial máximo e inherente puede la relación volverse más dinámica y viva. Este trabajo debe hacerse individual y mutuamente. Cuando la relación se enfoca de esa manera, se construirá sobre roca y no arena. Ningún miedo encontrará un lugar en estas circunstancias. Los sentimientos se expandirán, y la seguridad acerca del ser y de cada cual crecerá. En cualquier momento dado, cada cual servirá de espejo al estado interior del otro y, por lo tanto, a la relación.

Siempre que haya fricción o falta de vitalidad, algo debe de estar atorado, algo que debe ser visto. Alguna interacción entre las dos personas sigue siendo nebulosa. Si se le entiende y se le saca a la luz, el crecimiento procederá a una velocidad máxima, y, en la dimensión del sentimiento, la felicidad, la dicha, la experiencia profunda y el éxtasis se tornarán para siempre más bellos y la vida adquirirá más significado.

Y a la inversa, el miedo a la intimidad implica rigidez y la negación de la participación de uno en las dificultades de la relación. Cualquiera que ignore estos principios, o hable de ellos de dientes afuera, no está emocionalmente listo para asumir la responsabilidad de su sufrimiento interno, ya sea dentro de una relación o en su ausencia. Este estado también suscita el miedo de los propios sentimientos. Todavía están en esa coyuntura primitiva en la que trasladan la culpa a otros. El miedo y la incertidumbre volverán imposible, en tales circunstancias, encontrar dicha y cercanía; cercanía sin miedo.

Así que ya ven, amigos míos, que es de enorme importancia reconocer que la dicha y la belleza, que son realidades espirituales eternas, están al alcance de todos aquellos que buscan la llave a los problemas de la interacción humana, así como a la soledad, dentro de su propio corazón. El verdadero crecimiento es tanto una realidad espiritual como lo son la satisfacción profunda, la vitalidad vibrante y la capacidad de relacionarse con dicha y gozo. Cuando estén interiormente listos para relacionarse con otro ser humano de esta manera, encontrarán al compañero adecuado con el que sea posible tener esta manera de compartir. Ya no los asustará, no los asolará con miedos conscientes o inconscientes cuando recurran a esta importantísima llave. Jamás se sentirán impotentes o victimizados cuando haya tenido lugar en su vida la importante transición y ya no culpen a otros de lo que experimentan o dejan de experimentar. Así, el crecimiento y la vida plena y bella se vuelven una y la misma cosa.

Que todos ustedes se lleven consigo este material nuevo y una energía interna despierta gracias a su buena voluntad. Que estas palabras sean el comienzo de una nueva modalidad interna para enfrentar la vida, para finalmente decidir: “Quiero arriesgar mis buenos sentimientos. Quiero buscar la causa en mí y no en la otra persona, para ser libre de amar”. Este tipo de meditación fructificará efectivamente. Si se llevan un germen, una partícula, de esta conferencia, les será de mucho provecho. Sean benditos todos ustedes, mis muy queridos amigos, para que se conviertan en los dioses que potencialmente son.

Dictada el 13 de marzo de 1970.